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DE MADRID A NAPOLES

la mesa ó en las copas, ó dando recias palmadas, á fin de atraer á los mozos, que contestan desde lejos con no menores gritos...

Toda esta gente se ve reunida aquí por un momento , y partirá dentro de pocos minutos en diversas direcciones. Ya os he dicho que en Alejandría se cruzan cuatro grandes ferro-carriles. Uno de ellos viene del Norte, hahiendo recogido viajeros del Lago Mayor, de Milán, de Como, del Tirol, de Venccia y de Alemania; otro llega de Susa y de Turin ; el tercero suhe de Genova, trayendo á remolque toda la península italiana; y el cuarto acude desde Bolonia, atravesando los ducados de Módena , de Parma y de Plasericia. — Y esto sin contar con el pequeño camino de hierro de Acqui, trihutario también de Alejandría.

Devez cncuando, óyese gritar ala puerta del comedor. — ¡Partenza!...

Y todo el mundo deja de comer y presta oido atento á lo que sigue...

Y lo que sigue es una lista de los pueblos para donde va á salir tren ahora mismo.

Y cada uno, al oir nombrar el pueblo á que se dirige, tira el tenedor ó la cuchara; arroja unas monedas al mozo, y sale á escape, como si le acabaran de anunciar que está ardiendo la casa...

—¡Marengo! ¡Spinetta! ¡San Giuliano! ¡Tortena! Pontecurone! ¡Voghera! ¡Casteggio! oigo gritar yo... y hago lo que los demás.

¡Marengo! ¡Marengo! voy esclamando maquinalmente mientras me dirijo al tren.

Y mi imaginación lo ve todo bajo la forma de un hombre pálido y delgado, de pequeña estatura, lacios cabellos, ojos claros y luminosos y nariz aguileña , vestido con un largo redingote gris y llevando el clásico sombrero napoleónico...

Es el Primer Cónsul; es la Estatua de la columna de Vendóme; ¡es Bonaparte!

Algunos minutos después el tren atraviesa una vasta llanura, cubierta toda de interminables y holgadas hileras de olivos y de morales.

A lo lejos se distingue un pueblecillo, dominado por la alta y solitaria torre de su iglesia.

Es Marengo.

El Fantasma del rendingote gris y del sombrero clásico corre desalado por los campos que median entre el ferro-carril y aquella aldea.

Acaso ese fantasma es una ilusión óptica producida por el humo de la máquina.

Las estensas y ordenadas filas de árboles galopan en pos de él á medida que nosotros recorremos la llanura.

Se diría que son columnas de combatientes que se lanzan al ataque.

Decididamente, estoy viendo la batalla.

El estruendo del tren imita el fragor de la pelea. El humo de la locomotora representa el de los cañones. El movimiento aparente del terreno finge las cargas de caballería. Mi imaginación suple el resto.