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DE MADRID A NAPOLES

men, que me prueben que no soy yo solo el afortunado, el entusiasta, el sensible.

De aquí mi indeclinable necesidad de referir todo lo que veo y me sorprende; de aquí mi determinación de ir escribiendo este viaje; de aquí la publicidad que le daré mañana; de aquí mi resistencia á dejar el oficio de escritor por otro más regalado y lucrativo... — ¡Oh! si yo no escribiera cuando viajo solo ; si no hablara con el papel cuando me entusiasmo ; si hubiera de devorar siempre mi admiración, mis inspiraciones y mis dichas, como devoro mis inquietudes y mis penas, estoy seguro de que me ahogaría.

Y de aquí, en fin, que, cuando escribo, no me propongo nunca, como principal objeto, que mi libro guste á los lectores, sino que les gusten aquellas cosas que me gustaron á mí y cuya descripción les hago. — Quiero que viajen, no que me lean: que miren, no que me oigan. No les presento una pintura, sino un espejo: no les ofrezco una copia de los objetos, sino un lente para que los vean por sus propios ojos. — Asi es que, si yo fuera cuatrillonario, en vez de dar este libro ;d público, costearía á todos mis lectores un viaje por Italia, y vendría confundido entre ellos, á fin de participar de sus emociones!

Mas, no estando en ese caso, ni mucho menos, admitid, lectores míos, los mal trazados renglones que iré escribiendo, con lápiz y sobre la rodilla, en mi libro de memorias , siempre que lo permita el movimiento del vehículo en que camine , ó siempre que haga un alto en mí viaje; pues á vosotros van dirigidos, y muy particularmente á las personas caras á mi alma de que me acuerdo en cada lugar y á cada hora durante mi solitaria peregrinación.

Por ejemplo: este viaje de Turin á Milán te lo referiré ú tí, padre mió, que me hablaste el primero de los lugares que voy á recorrer; á tí, que me esplicabas, cuando yo era niño, la Batalla de Pavía, cuyo teatro saludaré esta tarde; á lí, que darías un año de tu preciosa vida por poder decir, como yo diré dentro de algunas horas: «he visitado LA CARTUJA que retembló con el estrépito de aquel combate, y pasado por el mismo lugar en que entregó su espada el rey Francisco I

Lo que es hasta ahora, poco tengo que contarte. — El ferro-carril que voy recorriendo es, según la fama, uno de los mejores que se han construido en Europa; pero sus grandes obras se hallan acumuladas cerca de Genova, en el paso de los Apeninos ; de modo que yo no las veré hasta dentro de algunas semanas. —Hoy dejaré esta línea en Alejandria , y tomaré otra que me conducirá á Casteggio, por donde pasaré al Milanesado.

Lo único notable que me ha salido al encuentro en labora escasa que llevo de camino desde que abandoné á Turin, ha sido algún que otro puente de los muchos atrevidos y vistosos que diz se hallan á cada paso en esta línea.

Ahora estamos parados en Asti, viejísima ciudad, rodeada de intermi-