mosura; pero esta hermosura y esta gracia se influian recíprocamente, combinándose en un solo atributo, que constituia el principal encanto de ambas. —Asi es que lo que más me agradaba en ellas, lo que más me seducía, era oirías hablar entre sí, verlas abrazadas, mirarlas mirarse, considerar cuánto se querían, en qué se diferenciaban, cómo se equilibraban sus diversos atractivos, y hasta qué punto hubiera sido imposible á un hombre prendarse solamente de una de ellas.
Creo, pues, que me hubiera enamorado de las dos. —Los gemelos de Siam eran dos almas en un solo cuerpo. —¡Juana é Isabel eran dos cuerpos con una sola alma! —¡No amarlas juntas hubiera sido amarlas á medías!... —(Regalo este asunto á cualquier novelista, suplicándole que me dedique la novela).
Ni han sido estos los únicos ratos de buena sociedad que he disfrutado en la capital del Piamonte; pues he tenido la dicha de encontrar en ella, de ministro plenipotenciario de España, al distinguido publicista señor don Diego Coello, con cuya amistad me honro hace algunos años.
Siempre es grato al que viaja por el extranjero, penetrar en la Casa cobijada por la bandera de su país, y á cuya puerta se ven las Armas que simbolizan su nacionalidad. ¡Dentro de aquellos umbrales está la patria! ¡Allí cree uno respirar el aire amigo que meció su cuna! A pocos pasos que dé, resonará en sus oídos la lengua natal; encontrará afables compatriotas; recibirá noticias de la materna tierra... Pero esta impresión es mucho más dulce cuando se encuentran, como yo encontré en Turin, la patria y la amistad reunidas bajo un mismo techo, la acogida mas cariñosa , las atenciones mas delicadas y hasta un reflejo de loa perdidos goces de familia.
Así es que yo recordaré siempre con placer las noches que he pasado en casa del señor Coello, oyendo á su amable cuanto bella y elegante esposa recordar, al piano, las melodías populares de España; departiendo amigablemente sobre nuestro país con los ilustrados jóvenes agregados á la legación; trabando una amistad, que promete ser cordial y larga, con el secretario señor Duro , que tanto me ha acompañado y atendido; jugando al tresillo con el famoso ingeniero y diputado español señor Ardanaz y con mi delicioso amigo el nunca bien ponderado duque de la Roca, antiguo conde de Requena , o viendo más de mil retratos fotográficos de otras tantas personas de Madrid, casi todas amigas ó conocidas mías;—beldades afamadas, hombres políticos, periodistas, militares, poetas, músicos y danzantes...
¡Oh, la fotografía es á la vista lo que el telégrafo eléctrico al oído!...
Pero regalo este asunto á cualquier poeta. — Por mí parte... son las nueve menos diez minutos, y no puedo detenerme en divagaciones...
Vuelvo, pues, á los hechos consumados.
El señor Coello trasladó una mañana toda su tertulia á Stupiniggir donde nos dio un magnííico almuerzo.