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DE MADRID A NAPOLES

nales, hasta que la vista tropieza con una cordillera de montes oscuros, que á su vez se destaca en la línea semicircular de los nevados Alpes.

La esplendidez del dia, —verdadero dia italiano ; — 'la magestad de la hora... (el sol empezaba á declinar); las variadas tintas del otoño; el sosiego del aire; la paz de nuestro espíritu..., todo contribuia á engrandecer y hermosear el espectáculo de la ciudad y de los campos, de los ríos y de los montes, tendidos á nuestros pies, bajo la bóveda transparente de un placidísimo cielo...

A nuestros oídos llegaba el alto rumor del Po , ó mas bien, de una gran presa que interrumpía el solemne curso de sus aguas. A aquel rumor se mezclaban el ruido de los talleres, las voces de los hombres , los ecos de alguna campana, el crugido de los látigos, el rodar de los carruajes..., la respiración, en fin, de la gran capital, que llegaba al término de un dia más de trabajo, de lucha con la vida, de elaboración histórica...

— Estos carruajes y estos hombres, empequeñecidos por la distancia, iban y venían por plazas y calles, como indecisos é inquietos, al modo de un atribulado ejército de hormigas... — De los cuarteles, y acaso también de algún Campo de Instrucción que nosotros no descubríamos, salían á veces agudos toques de corneta, los cuales, unidos al sordo estruendo de uno que otro tiro disparado por cazadores ocultos en los sotos cercanos, traían á la mente vagas ideas de combates, sensaciones de gloría, ráfagas de muerte, inciertas profecías , que no acertaba á descifrar el alma , pero que la sumergían en dudosas é incoherentes meditaciones...

Jussuff creyó sin duda que nos dormíamos y me tocó en un brazo, volviéndome á una vida más real y limitada.

— Mira, me dijo el moro, mostrándome dos viejos capuchinos, de largas barbas y descoloridos hábitos, que se paseaban detrás de nosotros, á la puerta del convento.

Aquella era otra faz de la existencia humana; y el moro constituía una tercera. Pensé, pues en la vida contemplativa y descuidada del claustro y del desierto ; en Jussuff, cuando aún no vestía levita, y en los frailes, cuando aún eran dueños de impedir que subiera la gente á turbar su soledad en aquel monte..., y suspiré por una libertad individual, por una paz y una quietud que ya son muy raras sobre la tierra... ¡Suspiré, sí, por lugares ignorados, por asilos inviolables, por destierros de la sociedad!.. Suspiré, finalmente, de amor á lo infinito, cuya posesión pierde el hombre á medida que se aleja de si y corre por el mundo de las mortales idolatrías...

Sin duda estaba fatigado. —Era la reacción consiguiente á las extensas consideraciones en que habia ejercitado mi espíritu , primero en las calles de Turin, analizando nimiedades, y después , en la montaña, resumiendo la capital entera en una sola sensación. Dichosamente, estas convulsiones del alma duran poco.

Cuando ya nos disponíamos á bajar, después de haber visitado la iglesia y el convento, que nada notable encierran, reparamos en que los