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DE MADRID A NAPOLES

transeuntes; qué fórmulas la cortesía; qué maneras y qué fisonomía la generalidad do las gentes; s¡ habla más alegres que tristes, más ligeros que graves, más tontos que discretos, ó más buenos que malos; si existían costumbres; si la sociedad era antes que el individuo, ó el individuo antes que la sociedad; si la vida giraba en torno de ideales abstractos , o de realidades terrenas, y si estas realidades eran permanentes ó transitorias; por cuánto entraban el sentimiento en el arte y la poesía en la política; qué lugar ocupaba la mujer en la escala de las devociones; y, en tin, otras muchas, innumerables fases que me presentaban en la Via di Po las personas y los objetos; — fases claras, distintas, reveladoras (sobre todo en un país tan libre y tan tolerante como este), que ora hablaban á la observación, ora á la intuición, ora á la sensibilidad, ora á la razón fría; pero que hablaban en suma... — por lo que nada tiene de particular que yo me haya enterado de tantos secretos.

No desconfiéis, pues, de los dictámenes que yo emita, que no serán muchos, ni los creáis gratuitos é infundados. — En cuanto á mi sinceridad, sé que no dudáis de ella...

Pero todo este exordio es completamente inútil, ó cuando menos estemporáneo, puesto que yo no pienso abordar ahora ninguna cuestión im- portante.

Ahora me contento con que me acompañéis en mí paseo y vayáis viendo conmigo el animado cosmorama de esta amplia y recta calle.

Jussuf, con su admirable olfato de moro, avivado por un odio fundado en el desprecio, descubrirá los judíos que anden mezclados con la muchedumbre, aunque se hallen vestidos á la europea.

Nosotros comprenderemos por nuestra parte que los piamonteses profesan una verdadera adoración á la dinastía de Saboya, al ver repetido el nombre de sus reyes en los azulejos de calles y plazas, en los monumentos públicos, en historias y grabados, en la denominacion de teatros y paseos, telas y muebles, modas y usos, cual si el pueblo se creyera representado en la Familia Real.

En un lado encontraremos que las principales oficinas del Estado se hallan en edificios provisionales.

En otro repararemos que hay muchas obras importantes suspendidas.

Aquí nos sorprenderá ver un mísero inquilino ó un pobre establecimiento en un vasto y hermoso local.

Allí nos convenceremos de que la ciudad ha sido construida en la previsión de altísimos destinos, y que es demasiado grande para la población que contiene.

Y lo que sobre todo echaremos de ver es que Turin empieza á perder la esperanza de ser la capital del nuevo reino.

La misma actividad febril con que el gobierno se apresura á construir un gran Parlamento provisional, á fin de que la primera Asamblea italiana se reuna en Turin, y no en otra ciudad rival de ella, indica el temor