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DE MADRID A NAPOLES

que llegaba á Francia) la minuciosa previsión con que nuestros vecinos acogen y asisten á los viajeros; la comodidad de los salones de espera; las preciosas instrucciones que adquiere uno , sólo con leer en las paredes, acerca de lo que le conviene hacer en cada circunstancia y sobre la manera de hacerlo; la facilidad con que encuentra al alcance de la mano (y de su dinero) todo lo que puede desear al saltar á tierra (el restaurant á dos pasos, con los manjares humeantes y el café hirviendo; el ómnibus ó el coche preparados á la puerta; los precios de los hoteles, escrupulosamente detallado; el plano de la ciudad, los carteles de los teatros, las Guias, los Guias y los Intérpretes de todas lenguas), cuando subieron de punto mi asombro y mi admiración al leer el siguiente aviso en un cartel inconmensurable:

«A los señores viajeros.»

«La compañía de las Mensajerías Imperiales advierte á los señores
»que viajan en sus buques, que los facteurs (los mozos de esta sociedad
«están obligados á llevarles gratis los equipajes á los hoteles. Suplica,
»pues, la compañía á los señores viajeros , que si algún facteur reclama-
»se ó aceptase cualquier gratificación, den la oportuna queja en interés
»de la misma compañía y de la moralidad del servicio.»

(Aquí entra lo grande).

«Juan María, factor número 123, de 31 años de edad, natural de
»Avignon, admitió el dia 8 de Abril de 1857, medio franco (16 cuartos)
»del viajero Mr. Golbmisth , el cual se quejó del caso, y Juan María fue
«exonerado instantáneamente en presencia de todos los demás. factores.
»—(Había unas firmas y unos sellos).»

— ¡Magnífico! exclamé. Esto es lo que se llama un país civilizado.

Y, como era de ene, recordé las cosas de España y las censuré en mis adentros en los términos mas duros.

Pocos momentos después , un factor de la compañía de las Mensajerías Imperiales, vestido de gran uniforme, depositaba mis maletas (que había llevado triunfalmente al hombro) en la puerta del Hotel des Colonies, y me alargaba la mano con la mayor naturalidad del mundo.

— Caballero (me dijo en su lengua, que sirve mucho mas que la nuestra para todos estos lances), ¿no hay nada para el factor?

Yo me quedé estupefacto.

— ¡Desventurado! (exclamé). ¿No recuerda usted con horror la exoneración de Juan María?

Mí hombre se echó á reír de una manera pavorosa, y replicó con mucho gracejo.

—¡Usted no se quejará como el otro! ¡Aquel viajero era inglés!

—¡Vaya por la Inglaterra! dije, alargándole unos sueldos, que me valieron una profunda reverencia.

Y volviéndome á mi compatriota y compañero de viaje, añadí con amargura :