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DE MADRID A NAPOLES

la, resultando de todo, que Caballero se lo habia traido á Europa en calidad de picador; que habia recorrido con él toda España, toda Francia y toda Suiza; que en España habia hablado á la Reina; que en el Mont-Blanc, (donde se hallaba, vestido todavía de moro, cuando lo visitaron los Emperadores franceses), habia conversado con Napoleon y Eugenias que, en virtud de estos antecedentes, habia solicitado de su amo (él decia de su amigo), que lo vistiese á la europea; que esta metamórfosis se realizó en Milan á los pocos dias; que con aquel trage y su hermosura mora era el rey de toda las doncellas y criadas de los hoteles en que iba á parar; que Caballero se habia separado de él hacia dos semanas, y debia llegar á Turin de un momento á otro; que él conocia ya la capital del Piamontecomo si hubiera naciño en ella, y que vivia en el mismo Hotel á que nosotros nos dirijíamos; que nos serviria de cicerone y nos diria dónde estaban el Gobierno de España (la Legacion Española), el teatro, el paseo, el café y cuanto pudiéramos desear; y en fin, que se encontraba muy aburrido sin Caballero; pero que ya empezaba á hablar el francés y el italiano y á hacerse entender de todo el mundo.


Esta relacion, dicha medio en español, medio en árabe, y salpicada de algunas frases francesas é italianas, nos ha entretenido desde la Estacion hasta el Hotel.—Yo he reparado, con todo, en que hemos venido por hermosísimas calles, todas rectas y profusamente alumbradas, llenas de gente, de carruajes y de lujosas tiendas, y en que el Hotel de Europa, en cuyo patio penetró el coche, y donde escribo estas líneas, se halla situado en una extensa plaza, rodeada de arcadas ó portales como la Plaza Mayor de Madrid.—Mañana os diré su nombre y os la describiré.

La primera impresion que me ha causado la capital del Piamonte es sumamente favorable.—Todo lo que he observado desde la estacion del ferro-carril hasta mi aposento, revela verdadera cultura y seriedad.—Por ejemplo: los empleados del ferro-carril y los del hotel no ceden en serviciales y atentos á los franceses; pero son menos charlatanes y ridículos; el cochero me ha parecido un hombre honrado; los agentes de órden público tienen cara de padres de familia; los cuadros que adornan nuestra habitacion representan nobles escenas de las tragedias de Alfieri...

Para concluir por hoy, os diré que cuando ahora poco cenábamos en el comedor (que es un vasto salon, verdaderamente régio), hemos visto eruzar por él una elegantísima dama, de singular hermosura, coronada de flores y envuelta en un lujoso capuchon blanco, la cual iba precedida de un criado con luces y seguida de un lacayo muy compuesto.—Antes que amor, infundia respeto.

Era una duquesa florentina que volvia del teatro.

Yo me inclino á creer que la aparicion de esta beldad aristocrática en semejante momento,—cuando llevamos tantos dias de rodar por valles y montes, lejos de los artificiales encantos de la sociedad, —habrá contribuido en gran parte á hacerme ver ó adivinar á Turin al través de un