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DE MADRID A NAPOLES

seglares! —Aquellas piernas ceñidas por la aristocrática media de seda, aquella graciosa levita con esclavina, aquel ajustado chaleco, aquella muceta blanca, aquella larga cabellera, que cae á los lados de un rostro afeitado pulcramente y en que los apasionados, negrísimos ojos se destacan con profana energía; aquella cadena de reloj, aquellos lentes de oro y aquel charolado zapato, forman un conjunto mucho más agradable, más artístico y más ventajoso para la figura, que nuestros pantalones cuadrados y nuestro sombrero de copa...—Y, por supuesto, excluyen completamente la grave austeridad é imponente misterio que los hábitos talares y el sombrero de canal prestan á los sacerdotes españoles... ¡Así anda la religiosidad de los italianos!...

A las siete menos cuarto salimos definitivamente para Turin.

Hacia luna..., lo cual no debe extrañaros, pues ya recordareis que pocos dias antes habíamos saludado el cuarto creciente desde las inmediaciones del Mont-Blanc.

El astro melancólico blanqueaba las llanuras que hay á la salida de Novara.

Aquellas llanuras eran el teatro de la lúgubre batalla á que aludimos mas arriba.

Allí están enterrados miles de austriacos y de piamonteses...

De allí apartaron á Cárlos Alberto la triste noche del 23 de marzo de 1849..., aquella noche en que el rey magnánimo, como se le llama en Cerdeña, buscaba la muerte entre las bayonetas enemigas, no queriendo sobrevivir á su hermosa ilusion de hacer independientes y libres á todos los italianos.

En aquel campo, en fin, pensaria cl bravo monarca, cuando, despues de abdicar su corona en el hijo que habia de vengarle, moría de pesar, de desesperacion y de amor patrio, enel triste destierro que se impuso...

A poca distancia de Novara, el camino de hierro dejó de dirigirse al Sur y giró hácia Poniente.—Teníamos que desande«r mucha parte del gran rodeo que habíamos dado en los dias anteriores para salar los Alpes.—Por consiguiente, íbamos á ver á lo lejos y por sus vertientes del Mediodía casi todas las montañas que habíamos visto de cerca y por sus vertientes del Norte.

Y, en efecto: de allí en adelante, fuimos reconociendo, uno por uno, y al través de la vasta llanura que nos separaba de ellos, el Simplon, el Monte Rosa, el San Bernardo y el Mont-Blanc..., to:los aquellos amigos (ya podíamos nombrarlos asi), cuyas blancas cimas, plateadas por la luz de la luna, nos recordaban los cinco dias que habíamos pasado entre ellos.

En cuanto al terreno que atravesábamos, consistia en unos arrozales exteusísimos, que están inundados la mitad del año por las aguas de Sesia y del Ogogna.