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DE MADRID A NAPOLES

En uno y otro caso, no se le permite pagar cosa alguna; y, para colmo de edificacion, los mismos frailes sirven la mesa como humildísimos criados.

Esta última circunstancia me conmovió profundamente. Nosotros (por novelería poética; no por otra cosa) cedimos á las instancias de los religiosos y pedimos una sopa de leche,—que nos presentaron al punto, y que por cierto estaba exquisita.—Pero cuando observé que un respetable sacerdote nos ponia y quitaba los platos, la vergüenza y el remordimiento, la gratitud y el asombro me infundieron impulsos de coger la mano que me servia, y besarla humildemente...

¡Ahora me pesa no haberlo hecho!

¡Ah! si la humanidad hallase en su peregrinacion por la tierra muchas cosas parecidas á lo que encuentra el viajero en la cumbre de los Alpes, yo me prometeria todavía una larga era de paz, de dignidad y de consuelo para la sociedad angustiada.

Ahora, por si haceis alguna vez este mismo viaje, debo advertiros que en la capilla ú oratorio del Hospicio del Simplon, hay un cepillo de madera, donde, si os place, podeis depositar una limosna.

Conque ya estamos otra vez en marcha, y en lo más solemne de ella.—Terminada esta llanura, descubriremos el horizonte de Italia y empezaremos á bajar la inclinada cuesta que va á morir en el Lago Mayor...

A los veinte minutos de camino, pasamos cerca de una torre.—És el antiguo Hospicio, —propiedad ahora de algunos pastores de los vecinos valles.

Pero observo que hemos empezado á bajar...

Demos un adios á la Suiza y á la Francia, y al invierno, que ya avanzaba por el Norte... ¡Hemos saltado la muralla! Estamos en el lado meridional de los Alpes...

Verdad es que la interposicion de los montes nos impide todavía ver e) suelo de Italia; pero el cielo que descubrimos... ¡ya es su cielo!...


Ha trascurrido una hora; hemos bajado dos mil pues, y estamos llegando á un melancólico pueblo enclavado en la montaña.

Llámase el Simplon.—Habitanlo pastores, que viven 3 los productos de los hondos barrancos que lo cercan. El invierno dura aquí ocho meses... Nosotros nu nos detenemos ni un segundo.

Vamos despeñados... La cuesta se retuerce como una culebra que pugnase por no dejarnos descender á la llanura...

Cruzamos la magnífica Galeria de Gondo, término de una garganta estrechísima y atroz, cuyo salvaje aspecto causa espanto...

El atrevimiento y la grandeza de esta galería exceden á toda ponderacion...