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DE MADRID A NAPOLES

los dias de gala: saya de medio paso, quiero decir, estrechísima; el talle debajo del brazo, á la manera del primer imperio; una enorme corona parecida á una mitra oriental, y altas hombreras, formadas por la rizada manga de la camisa.

Estas mujeres, asi vestidas, discurrian á veces por el campo, cada una en compañía de un magnífico buey, que se habia dejado cargar de yerba, de leña ó de legumbres, como el más humilde jumento.

El cuadro que componian ambras rarezas no carecia de poético atractivo, de gracia, y hasta de ternura.—La mujer y el buey, nacidos para destinos más altos que los que cumplian en aquel momento (ella para el hogar, y él para el arado ó para el carro), se inclinaban con resignación ante la dura ley de su des dicha.—Aquella mansedumbre tenia su particular encanto.

A todo esto íbamos llegando al Simplon, cuya gigantesca masa nos cerraba el horizonte.

Empezaba á oscurecer.

Al pié del gran coloso se percibia un grupo de lucecillas...

Era Brigg.

Pocos momentos despues, el camino empezó á ensanchar y á ofrecer un aspecto tal de solidez y de grandeza, que más parecia un monumento que una obra de mera utilidad.

Era que entrábamos en la maravillosa carretera, de universal renombre, concebida por Napoleon el Grande para poner á la Italia en fácil contacto con los paises del centro de Europa.

Dícese que la misma noche de la batalla de Marengo, Bonaparte, vencedor, recordó lo muy penoso que le habia sido á su ejército pasar los Alpes por el San Bernardo, y le preguntó á los ingenieros :—¿Cuando será, señores; cuándo será que la artillería pase el Simplon en veinte y cuatro horas?

Seis años despues atravesaba los Alpes una carretera de treinta piés de anchura, construida sobre seiscientos once puentes y al través de una multitud de túneles y galerías... .

Pero hénos ya en Brigg.—Mañana recorreremos todo ese camino «e titanes.

Procurémonos ahora alojamiento en que pasar la noche, y soñemos con que estamos á las puertas de Italia, de la que nos separa solamente una muralla de granito de diez leguas de espesor y siete mil pies de altura.

El mejor hotel que encontramos en Brigg era muy malo; pero á mí me agradó sobremanera por tres diversas razones. Primera, porque á buen hambre no hay pan duro: segunda, por el carácter septentrional y alemanesco que todo tenia en él; y tercera, por la escena interesantísima que nos ofreció allí la casualidad.

Las diez de la noche serian cuando nosotros penetramos en el salon que servia de comedor.