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DE MADRID A NAPOLES

bolearse al solo impulso de su anheloso aliento, cuyo estertor salvaje lena de palpitaciones la comarca...

Y todo esto, matizado de los más vivos colores; alternando el verde de los árboles con el blanco de los hielos; contrastando el amarillo y rojo de las piedras abiertas por el corazon con la negra sombra de los recónditos abismos en que el sol no penetra nunca; resaltando las tintas violadas del granito húmedo sobre el pálido vislumbre del líquen agostado...—¡ Y á veces, en el hueco de un risco, una cama de violetas aromosas que se han hecho allí un mundo y una primavera aparte!...—Y en medio de todo algunas Losas funerales, en que se ve escrito el epitafio del guia ó del viajero quepereció en aquellos sitios al querer robar sus secretos al hondo tajo de la Cabeza Negra...

Tal es aquel horrible desfiladero, cuya pavorosa magestad no olvidará en toda su vida quien haya tenido la fortuna de admirarla. Y tales son todas las avanzadas del Mont-Blanc. Tales son las condiciones de la gigante cordillera que sirve de alcázar á las puras nieves de donde nacen, para extenderse por Europa, rios tan ilustres como el Rhin, el Pó, el Ródano y el Danubio.


Dos horas empleamos en salir de aquel laberinto formidable.

Al cabo de ellas, despejóse el terreno, humanizóse el camino, y empezamos á encontrar aldeas habitables en todas las estaciones, y gentes que vivian en sociedad.

Poco despues, y al llegar al borde de un otero, apareció á nuestros ojos un anchísimo horizonte, y luégo un extenso valle, cruzado por un rio y lleno de pueblos y de praderas...

Era el Valle del Ródano.

Al ver allá abajo aquella grande extension de terreno, aquella apacible Manura, aquellas poblaciones, aquel sosegado rio, aquel dilatado cielo, respiramos con ansia como si acabáramos de salir de una prision...

Y, sin embargo, aquello no era todavía la libertad. Gigantescas montañas cerraban por todos lados aquel país: el valle era pantanoso, el cielo descolorido, el aire húmedo y poco trasparente...

Aún no habíamos salido de la patria de los hielos y las brumas. Aún nos faltaban dos jornadas para descubrir la tierra favorita del sul, el amoroso cielo de ltalia. Aún se estendian los Alpes á nuestra izquierda como una muralla levantada entre el melancólico Norte y el ardiente y regocijado Mediodía.

En esto principió á anochecer; y nosotros, rendidos de cansancio, pero mucho más incomodados por el frio, nos apeamos de los mulos y emprendimos á pié el descenso á Martigni,—término de nuestra jornada, y primer pueblo de la llanura.

La bajada era tan pendiente como lo habia sido la subida; pero á mí me la hizo llevadera el constante pensamiento de que me encontraba al pié del Gran San Bernardo y de que aquellas nieves que veia sobre mi