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DE MADRID A NAPOLES

¡Ah! los mulos son iguales en todos los paises, y yo los aborezco con todas las fuerzas de mi alma.

Para mí el mulo es inferior al burro, y mucho mas burro que él, pues es un burro con pretensiones de caballo.

Yo amo al burro... ¿Y cómo no he de amarlo?—Su modestia, su mansedumbre, su resignacion, su docilidad me lo recomiendan como á un ser bueno, pero desgraciado: que conoce su ineptitud y se conforma con ella; que no es presumido, ni ambicioso, ni aspira á dominar á nadie; que se somete, en fin, á la humilde condicion de su destino.

Y yo amo al caballo; yo lo admiro; yo lo respeto; yo le tolero su soberbia, su jactancia, su osadía, tan propias de su esquisita naturaleza, de su hermosura, de su ardor guerrero, de su generoso instinto, de su noble caballerosidad...

¡Pero el mulo!... El mulo me irrita. El mulo no es grande ni por la bondad ni por el genio; no sirve para mandar ni para ser mandado; es inútil y díscolo, improductivo y vanidoso, estúpido y rebelde, incapaz y temerario...

Y lo mismo acontece en la especie bípeda-implume.—Tambien consta de tres familias. Tambien hay en ella hombres-burros, hombres-mulos y hombres-caballos.

De estas tres familias, yo preferiré siempre la de los hombres-burros, y la amaré con la infinita ternura. Asimismo toleraré y respetaré al hombre-caballo... ¡Pero líbreme Díos del hombre-mulo, del tonto con pretensiones, del necio cuya necedad empieza por no conocerse á sí misma, del sandio ingobernable, del burro disfrazado de caballo! .

Y dejemos esto, no sea que mi cabalgadura se entere de lo que voy pensando, y me tire por las orejas.

Poco agradable seria; pues nos hallamos á una altura fabulosa, y el abismo sigue abierto siempre bajo nuestros piés.

Ya hemos pasado por Caillet, en otro tiempo cubierto de árboles, que los aludes han arrastrado en su caida...

Hace bastante frio y principia á soplar un fuerte viento, no obstante la serenidad de la mañana.

Este viento no se sentirá allá en el valle, de cuyas chimeneas vemos alzarse el humo muy sosegadamente.

¡Ah! el valle parece desde aquí un juguete de niños. El rio, las cabañas, la antigua abadía, los vastos hoteles, los prados y las colinas que los cercan, forman un paisaje cuyo tamaño no excede aparentamente del de la vitela de un abanico,

Ya caminamos sobre densas nieves. Ya terminó toda vegetacion. Vamos tocando á la cima del Montanvert.—El Mont-Blanc queda oculto á nuestra espalda.—La Mar de Hielo va á presentarse ante nuestra vista...

¡Alto! —Hemos llegado...

La emocion no puede estar dispuesta con mejor arte. —La áspera sen-