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DE MADRID A NAPOLES

Allí se la veia tan distintamente. que parecia tocarse con la mano; y, sin embargo, distaba cuatro leguas en línea recta, y seis, contando las revueltas del camino.

En Sallanches dejamos la diligencia y entramos en una especie de cabriolé tirado por dos caballos.

Ibamos á empezar á subir.

En aquel momento nos hallábamos á 1861 pies sobre el nivel del mar.— En once leguas sólo habíamos subido 700 pies. Casi todos los viajeros suelen comer en Sallanches; pero nosotros preferimos dejarlo para Chamounix.—Llevábamos algun retraso, y no queríamos que nos anocheciera antes de subir al alcázar de las montañas.

Marchamos, pues.

El pais en que entramos luégo conservaba las huellas de atroces terremotos.

A la derecha dejamos los renombrados baños de San Gervas, en que siempre hay por este tiempo algunas familias españolas.—Estos baños están escondidos en el seno de un monte sumamente feraz y pintoresco, y son, al decir de los que los conocen, uno de los parajes mas deliciosos del mundo.

A poco de pasar por en frente de ellos, nuestro viaje empezó á ser una penosa ascension por escabrosas y retorcidas cuestas.

Habia llegado el momento del asalto. Teníamos que subir otros 1.500 piés para llegar al valle de Chamounix, que, con estar tan alto, no es sino el pedestal del Rey de los Montes.

En Servoz nos vimos obligados á echar pié á tierra; pues los caballos no adelantaban casi nada.—El suelo empezaba á estar helado.

El cochero , que habia previsto todas estas contingencias', nos proveyó de unos recios bastones terminados en agudas puntas de hierro.

El camino flanqueaba un monte cubierto de pinos, que á veces formaban una bóveda sobre nuestra cabeza. Este monte se levantaba á nuestra izquierda casi verticalmente; y á nuestra derecha, por el contrario, abríase un hondo abismo en que rugian torrentes y cascadas.

Todo era ya aterrador en aquella monstruosa naturaleza; y cual si se hubiese querido advertir al viajero los riesgos que podia correr más adelante, veíase sobre el camino un sencillo monumento, erigido al poeta Eschen, que murió en 1801 al tratar de subir á una de las vecinas eminencias.

Las cumbres que nosotros salvábamos en aquel instante se llaman les Montets, y eran ya el último obstáculo que se levantaba entre nosotros y el Mont-Blanc.

Mucho tiempo hacía que reinaba la noche en los hondos valles, y en el camino que nosotros segíamos empezaba tambien á oscurecer; pero el sol doraba todavía las blartas cimas que asomaban á lo lejos...

La tarde era tranquila, solemne, magestuosa. Nosotros andábamos en