La inquietud espiritual de las mujeres argentinas es un signo de la hora. En el primer siglo de nuestra emancipación el alma de las mujeres era como el agua mansa de los lagos que copian tintes y perfiles del ambiente que las rodea. Mas hoy, soplos diversos encrespan su superficie, la agitan y des. borda en corrientes que son a veces arroyuelo y a veces, to- rrente, :
Hablar ahora de “la mujer”” así, genéricamente, circuns- eribe las posibilidades de extensión. En los temas sociales, ape- has si es permitido referirse a las mujeres.
En la copiosa literatura que comenta y prepara el actual ““statu”” de la mitad del género humano en la convivencia so- cial, se ensalza o vitupera a “la mujer” con mayúscula o minúscula, según el caso.
Los autores, enfrentan al hombre y a la mujer en perma- nente oposición; pesan, analizan, disecan, sus elementos visi- bles y ponderables (me refiero a la medida) y estudian sus re- acciones emotivas y afectivas, su inteligencia y su moral.
El término hombre involucra a todo individuo de la es- pecie humana,
““Hominis apellatione, tan faminanm quan masculun con- tineri non dubitatur”” dice el Digesto y para aclarar, ““Las Partidas”? ejemplifican, “Todo hombre que tal cosa ficiere, haya tal pena”. En ese caso el significado es amplio. Mas, cuando las leyes otorgan derechos dan la acepción más estre-
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