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DAVID COPPERFIELD.

compraban ropas viejas de hombre y mujer : los trapos, los huesos y las sobras de cocina tenian tambien allí una cotizacion regular. El dueño de la tienda se hallaba fumando su pipa sentado á la puerta en mangas de camisa. Al ver tantos fracs, pantalones y chalecos colgados del techo, y á la luz de dos velas con un gran pábilo que componian todo el alumbrado, hubiera podido creerse que aquel hombre habia reunido allí los despojos de todos sus enemigos á quienes habia muerto, y que gozaba tranquilamente con el placer de su venganza.

Mis últimas relaciones con la familia Micawber me sugirieron la idea de que allí podia hallar remedio mi hambre por algun tiempo.

Me interné en la callejuela mas próxima, me quité mi chaleco, lo lié debajo del brazo y me dirigí á la tienda.

— Si no teneis inconveniente, dije al tendero, quisiera que me compráseis esto á un precio razonable.

Mr. Dolloby, — este era el nombre que se leia en la muestra, — dejó su pipa, me dijo que entrase con él en la tienda, despabiló las velas con los dedos, cogió el chaleco, lo examinó de arriba á abajo, y me contestó al fin :

— ¿Qué quiere decir precio razonable por un chaleco tan pequeño?

— Vos lo sabeis mejor que yo, dije modestamente.

— No puedo ser comprador y tendero á un mismo tiempo : decidme lo que quereis.

— ¿Os parece demasiado diez y ocho peniques? (un franco ochenta céntimos) me aventuré á decir despues de vacilar un poco.

Mr. Dolloby envolvió el chaleco y me lo devolvió diciéndome :

— Robaria á mi familia si ofreciese solamente nueve.

Era una manera bien cruel de entrar en ajuste, puesto que yo, un extraño, me veia acusado de querer robar á su familia en provecho mio. Como las circunstancias eran críticas, declaré que me contentaria con nueve peniques, cantidad que me dió Mr. Dolloby, no sin refunfuñar. Díle las buenas noches y salí de la tienda con nueve peniques mas y mi chaleco de menos, pero abotoné mi chaqueta y me dije :

— Para nada necesitaba el chaleco; tengo bastante con la chaqueta... sobre todo si no me veia obligado á que corriese la misma suerte que la otra prenda.

¡Ay! ya preveia que tambien la perderia, y que podia contemplarme dichoso si llegaba á Douvres con la camisa y el pantalon.

Sin embargo, ahuyenté aquella preocupacion desde el dia siguiente, y satisfecho con mis nueve peniques me dije que lo que mas urgia era formar un plan para pasar la noche. Reconocí el sitio en que estaba, y me pareció sumamente ingenioso ir á acostarme al pié de la pared misma de mi antiguo colegio, en un rincon que recordaba existia un haz de paja.

— Descansaré, me dije, cerca del dormitorio donde contaba tan lindas historias á mis compañeros, y no pensarán siquiera que tienen tan cerca de sí al pobre narrador.

Fuí, pues, hasta Salem-House : un haz de paja estaba aun detras de la casa; allí me refugié despues de haber mirado á las ventanas y haberme cerciorado que todo descansaba en mi alrededor. No olvidaré nunca la sensacion que experimenté al acostarme así por primera vez, bajo el techo de la bóveda celeste.

El sueño cerró mis ojos, como probablemente cerraria aquella noche los de muchos mas desgraciados que no hubieran podido acercarse á una casa que tuviese un perro sin oir sus sordos gruñidos. Dormí, y soñé que ocupaba mi antigua cama de colegio y que divertia á mis compañeros con un romántico relato.

Despertéme al cabo de algunas horas con el nombre de Steerforth en los labios : sorprendido al principio de ver las estrellas, mi primer movimiento fué el levantarme y alejarme con un sentimiento de terror indefinible, pero tranquilicéme en seguida y volví á ocupar mi puesto, donde me dormí... aunque el frio de la mañana me hacia sufrir un poco.

Ya brillaba el sol cuando oí la campana que despertaba á los colegiales de Salem-House. Si hubiese creido que Steerforth se hallaba entre ellos, me hubiese ocultado en cualquier parte para espiarle al paso; pero sabia que hacia tiempo no estaba ya allí. Traddles aun no se habia marchado, sin embargo de que era dudoso, y por mas confianza que tuviera en su buen corazon, no contaba mucho con su reserva.

El pobre Traddles era tan poco afortunado en cuanto emprendia, que maldita la gana que tenia