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DAVID COPPERFIELD.

de sus escaleras que amenazaban ruina y del olor de humedad que allí se respiraba.

La factoria de Murdstone abastecia de vinos y licores á diferentes clases de consumidores; pero la especialidad de su comercio consistia en el suministro de varios barcos, que la mayor parte, segun creo, hacian la travesía entre la India y las Antillas. Una de las consecuencias de este tráfico era la llegada de una porcion de botellas vacias, que era preciso examinar á la luz, para desechar las que estuviesen rajadas y lavar las demas.

Despues de este trabajo con las botellas vacias, venia otro con las llenas, á las que era preciso pegar una etiqueta, entaponar herméticamente, lacrar y por último embalar en los cajones. Todo esto era de mi incumbencia, pues era uno de los chicos que desempeñaban este cometido en el almacen. Conmigo habia tres o cuatro mas; señaláronme mi puesto en un rincon del almacen, donde Mr. Quinion podia distinguirme con solo levantarse desde la especie de estrado que ocupaba su pupitre.

Allí fué donde me enseñó mi obligacion, desde el primer dia que llegué, el empleado mas antiguo de la casa. Llamábase Mick Walker, llevaba un sombrero de papel y un delantal hecho girones. Me dijo que era hijo de un barquero de la Cité, y que cuando se celebraba la ceremonia de la instalacion del lord-corregidor, formaba parte del cortejo é iba con una toca de terciopelo negro. De allí pasamos á los informes sobre mis compañeros, y el principal de ellos me dijo que se llamaba Patata-Farinácea. Mas tarde descubrí que este nombre, que me parecia hastante extraordinario, no era un apellido ni un nombre de bautismo, sino un apodo que indicaba el tinte pálido de aquel pobre chico, hijo de un hombre que tenia un oficio por el dia y otro por la noche. Era marinero del Támesis y bombero en un teatro principal, donde su hija representaba los papeles de duende en las pantomimas.

Confieso que tener tales compañeros me humilló secretamente, sobre todo si los comparaba á los compañeros de mi feliz infancia y á los del colegio, Traddles y Steerforth sobre todo. Perdí toda esperanza para siempre de ser un hombre instruido y de distincion. ¡Qué vergüenza, qué agonía para mi jóven corazon que se sentia con ambicion y orgullo! Difícilmente se tendrá una idea de ello, y mas de una vez, cuando creia no ser visto, mis lágrimas se mezclaron al agua con que lavaba las botellas. Pero esto aun no era todo.

Al señalar el reló del almacen las doce y media, cada cual se dispuso á comer, y Mr. Quinion me hizo seña de que me acercara á él. Estaba con una persona que tenia una gran calva, de unos cuarenta años, con un frac raido, un baston, unos gemelos que colgaban de una correa y que eran una especie de adorno, pues no se servia de ellos, ni probablemente lo hubiera podido hacer tampoco.

— Aquí está, dijo Mr. Quinion señalándome.

— ¡Ah! es el jóven Copperfield, exclamó el personaje con un aire de dignidad indescriptible que me causó bastante impresion, máxime cuando añadió con tono afable :

— Supongo que estais bueno.

— Bueno; gracias, señor, repliqué disimulando lo mejor que pude mi mal estar moral.

— He recibido, continuó con una sonrisa, una carta de Mr. Murdstone, que me participa su deseo de que os dé una cama en un cuarto de mi casa. Tengo uno que está sin habitar, y me alegro infinito podérselo ofrecer á un jóven... como vos.

— El señor es Mr. Micawber, me dijo mi principal.

— Ese es mi nombre, añadió el buen señor arreglándose los cuellos de la camisa que le cubrian casi toda la cara.

— Mr. Micawber es muy conocido de Mr. Murdstone, dijo Mr. Quinion; es uno de nuestros buenos corredores. Vuestro padrastro se ha dirigido á él para que os procurase una habitacion, y sereis su inquilino.

— Vivo en la Terraza de Windsor (City-Road), exclamó Mr. Micawber; y... en fin, esa es mi casa, repitió con el mismo aire de condescendencia y la sonrisa de un hombre contento de sí mismo.

Me incliné para saludarle.

— Como sospecho que no habeis hecho grandes correrías por esta metrópoli, y que os seria difícil reconoceros á través de los laberintos de la moderna Babilonia ; temiendo, en otros términos, que os perdais... tendré el gusto de pasar esta tarde, en persona, para revelaros la ciencia del mas breve camino.

Agradecíle con toda mi alma ofrecimiento tan amistoso, hecho en un estilo tan altisonante.

— ¿A qué hora? preguntó Mr. Micawber.

— A las ocho, poco mas ó menos, respondió Mr. Quinion.