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DAVID COPPERFIELD.

en mi respectiva escala : á pesar de ser una criatura, me asaltó esta reflexion durante aquel diálogo.

— ¿Habeis oido hablar por casualidad de la factoria? dijo Mr. Murdstone.

— ¿De la factoria? repetí yo.

— Sí, de la factoria de Murdstone y Grinby, para el comercio de vinos?

Debíle parecer mal informado respecto al particular, pues añadió:

— Habeis debido oir mentar lo que os digo, ó al menos la razon social, las bodegas ó algo parecido.

— Creo que sí, señor, repliqué; algo he oido de eso; — y efectivamente tenia entendido, aunque vagamente, que Mr. Murdstone y su hermana tenian cierta participacion en no sé qué negocio. — Sí, lo he oido, pero no recuerdo cuándo.

— Eso importa poco, replicó; Mr. Quinion dirige la casa.

Miré con cierta deferencia á Mr. Quinion, que continuaba asomado á la ventana.

— Mr. Quinion, dijo Mr. Murdstone, me ha participado que en la casa hay empleados otros jóvenes de vuestra edad, y que bien podeis entrar bajo las mismas condiciones que los otros.

— Si no hay otra perspectiva que esa, observó Mr. Quinion en voz baja, volviéndose hácia nosotros.

Un gesto de impaciencia fué la única respuesta que dió Mr. Murdstone á semejante interrupcion; luego continuó así el hilo de su discurso :

— Las condiciones se reducen á que ganareis lo bastante para manteneros como querais y guardar el resto para vuestros otros gastos. Yo me encargo y me ocupo ya de vuestro alojamiento, lo mismo que de la ropa limpia...

— Yo arreglaré esos gastos, dijo la hermana.

— Tambien nos encargaremos de vestiros, pues por el pronto no podeis ganar lo suficiente para eso. Así, pues, David, vais á marchar á Londres con Mr. Quinion, para debutar allí en la vida práctica.

— En resúmen, dijo la hermana queriendo simplificar el resúmen, ya se os han dado los medios necesarios para vivir; os toca cumplir con vuestro deber.

Por mas que comprendí que aquello era una manera de desembarazarse de mí, no recuerdo á punto fijo si me alegré ó no. Probablemente tuve que luchar con la confusion de mis ideas, sin poder fijarme positivamente en ninguna, pues, teniendo que salir al dia siguiente con Mr. Quinion, me faltaba el tiempo para ello.

Héme, lector amigo, á la mañana siguiente, con un sombrero gris bastante usado y con un crespon negro, con una chaqueta negra y un pantalon de terciopelo á rayas que segun miss Murdstone era la mejor armadura para proteger las piernas en la batalla de la vida : así iba vestido, llevando todo cuanto poseia en el mundo en un baul pequeño. ¡Pobre niño aislado! — como hubiera podido decir la llorona mistress Gummidge; — instaléme en la silla de posta de alquiler que debia conducir á Mr. Quinion hasta Yarmouth, donde tomariamos la diligencia de Londres. Adios, querida casa, adios iglesia que os veo en lontananza. Por mas que vuelvo la cabeza, no distingo ni la tumba, ni el ciprés, ni aun siquiera la veleta del campanario...


X


MI ESTRENO EN LA VIDA ACTIVA.


Al escribir estas lineas, conozco lo suficientemente el mundo para no sorprenderme de nada, y, sin embargo, no puedo menos de sorprenderme cómo puede uno desembarazarse de un pobre niño. Debia inspirar tanto mas interés cuanto que mi inteligencia no era comun; mi sensibilidad era grande, y tenia ese aire delicado y vivo á la vez que hace se repare en un huérfano. Sin embargo, nadie hizo la menor demostracion en mi favor, y á la edad de diez años era un ser aislado al servicio de la factoria de Murdstone y Grinby.

La factoria se hallaba situada á la orilla del Támesis, cerca del puente de Blackfriars, barrio que se ha mejorado algo desde entonces.

Mr. Quinion me llevó á una casa que era la última de una calle estrecha, y que caia sobre una escalera del embarcadero donde venian á tomar el vapor cuando subia la marea; pues con la baja mar al retirarse el agua, acudian allí las ratas de la vecindad á hacer toda clase de evoluciones. Llamó mucho mi atencion el aspecto sucio y ahumado de aquel casucho inmundo, de su suelo acuarteronado,