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DAVID COPPERFIELD.

orgullo que me causaba, que sentí en el alma que mis conocimientos no fueran mas latos. ¡Ah! ¿por qué no estaba tan versado en astrología como en las novelas? No obstante, Mr. Barkis seguia atónito ante tanta ciencia. Como en aquella época el prodigio á la moda era el trágico de doce años que representaba el repertorio de Shakspeare en los principales teatros, Mr. Barkis dijo á su mujer señalándome :

— Es un pequeño Roscius.

Así que hube agotado el tema de las estrellas, ó mejor dicho la admiracion de Mr. Barkis, Emilia y yo hicimos una capa de una lona vieja encerada, y nos resguardamos debajo durante el resto del camino. ¡Qué felicidad el pensar que dos corazones tan inocentes como el de Emilia y el mio habian asistido á la boda de Peggoty! Grato me es pensar que los amores y las gracias de mi sueño formaban el invencible cortejo de aquel sencillo himeneo.

Regresamos al barco antes de las nueve de la noche. Mr. Barkis y su esposa se dejaron ver un momento, retirándose en seguida al domicilio conyugal.

Sentí por primera vez que habia perdido á Peggoty : se me figura que aquella noche me hubiera hallado muy triste bajo cualquier otro techo que el que protegia á mi querida Emilia.

Mr. Daniel y Cham adivinaron mi secreto pensamiento y trataron de distraerme con sus solicitudes y cuidados : sirvieron el té; Emilia acudió á sentarse á mi lado en el escaño de que nos habiamos servido la primera vez, cosa que hasta entonces no habia hecho. Acepté con alma y vida todos aquellos consuelos.

Era una noche de marea. Daniel Peggoty y Cham salieron á la pesca. Enorgullecíme no poco creyéndome el protector de Emilia y de mistress Gummidge en la casa solitaria. ¡Ah! ¿por qué no vino á atacarnos un leon, una serpiente ó cualquier otro monstruo menos terrible, para que yo me hubiese cubierto de gloria? Como ningun ser de esa especie se aventuró aquella noche en la playa de Yarmouth, preciso me fué contentarme con combatir en sueños con los dragones hasta la mañana siguiente.

Pero lo que habia visto, ¿era un sueño o una realidad? Mr. Barkis existia ó era un personaje imaginario? Hubiera podido pensarlo al despertarme al oir que Peggoty me llamaba como de costumbre.

Despues de almorzar me llevo á su casa, que era muy bonita. Entre todos los muebles, el que llamó mas mi atencion y me maravilló, fué un escritorio antiguo, de madera negra, que estaba en la sala pequeña, pues la cocina hacia las veces de sala principal. El escritorio se abria por la parte de arriba y formaba un pupitre, dejando ver en el fondo una magnifica edicion en 4º del Libro de los mártires, de Fox, volúmen del que no recuerdo una palabra por mas que lo haya leido despues muchas veces. Creo, sobre todo, que las estampas me edificaban : representaban toda clase de negros horrores. Sea como quiera, no puedo separar el Libro de los mártires del recuerdo de la casa de Peggoty.

Despedíme aquel dia de toda la familia de Daniel Peggoty, para ir á instalarme en un cuartito, que debia ser siempre el mio, en casa de Mr. Barkis. Así lo dijo Peggoty, mostrándome encima de una mesita, á la cabecera de la cama, el famoso libro de los cocodrilos.

— Jóven ó viejo, mi querido David, mientras viva, mientras posea estas cuatro tejas, hallareis este cuarto á vuestra disposicion. Yo me encargo de tener cuidado de él, como lo tenia del que habitabais en Blunderstone, hijo mio. Aun cuando os fueseis á la China, os esperará á vuestro regreso, estad seguro.

¡Excelente criatura! ¡Nunca me cansaré de contar las pruebas de su perenne afeccion! Pero ¡ay! preciso era darle el adios y tomar el camino de Blunderstone.

Quiso acompañarme en persona, con Mr. Barkis, y darme un último abrazo en la verja del parque. ¡Cruel separacion! Fácil será comprender lo que sentí al ver que se alejaba el carricoche, llevándose á Peggoty y dejándome solo debajo de los grandes álamos : ya no debia hallar una casa amiga que me recibiese, ni una persona que me amase.

Ya estaba de vuelta : entonces fué cuando me ví tan abandonado, que no puedo recordarlo sin tener compasion de mí mismo; mi aislamiento fué horrible; ni un compañero de mi misma edad para jugar un momento, para cambiar una palabra; mis lúgubres reflexiones fueron mis únicos compañeros... Aquel recuerdo viene á entristecer aun hoy la página que escribo.

¡Cuánto no hubiese dado porque se me enviara á la mas severa escuela... donde hubiera podido aprender algo! Semejante esperanza me estaba