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DAVID COPPERFIELD.

como en otro tiempo; pero entonces el mar no evocaba en mí los mismos recuerdos : ya no me figuraba que el Océano podia de repente sumergir en sus embravecidas olas la vivienda de la honrada familia que me daba la hospitalidad; pensé en mi propia casa y en su naufragio : en aquellos que dormian para siempre á la sombra de los árboles de Blunderstone. Oré por ellos... Luego, volviendo en mí, acabé mi plegaria pidiendo al Señor que me acordara la gracia de crecer pronto para casarme con Emilia. Cerré los ojos para dormirme con aquel sueño de amor infantil.

Los dias trascurrieron casi del mismo modo que la vez anterior, exceptuando, sin embargo, que Emilia y yo nos paseamos por la playa mucho menos. Ella tenia que estudiar, que coser, y permanecia fuera gran parte del dia. Pero aun cuando no hubiera sido así, comprendí que las cosas no se hubieran pasado como la vez anterior. Por mas que Emilia era siempre caprichosa y loquilla, se habia vuelto mas mujercita de lo que yo creia. Uno ó dos años le habian bastado para formarse muchísimo. No hay duda que me queria, pero se reia de mí y me atormentaba; afectaba esquivarme si salia á su encuentro, y hasta tomaba otro camino : volvíame descorazonado, y la veia que se reia en el dintel de la puerta.

Los mejores instantes de mi vida los pasaba cuando se sentaba tranquilamente delante de la casa, y yo leia á sus piés, sobre un taburete. Encantadoras mañanas de abril, desde entonces no he vuelto á admirar un sol tan brillante como el vuestro, un rostro mas encantador que el de aquella pequeña hada atenta á mi voz, un cielo mas diáfano, una mar mas hermosa, ni tampoco mas airosos bajeles con su lona hinchada en el dorado horizonte.

Al dia siguiente de nuestra llegada, Mr. Barkis vino por la noche á saludar á nuestra familia, y notamos su turbada fisonomía. Al irse, se dejó olvidadas una docena de naranjas que habia traido en un pañuelo. Cham corrió tras él para devolvérselas; pero al volver nos dijo que el tartanero las habia dejado en obsequio de Peggoty. Al dia siguiente y en los sucesivos, volvió Mr. Barkis á la misma hora, y cada vez venia con un paquetito, que depositaba regularmente detras de la puerta, y que siempre olvidaba al marcharse.

En sus regalos galantes, habia mucha variedad; una vez, recuerdo que olvidó un cepillo, un acerico para clavar los alfileres, medio celemin de manzanas, un par de pendientes de azabache, una docena de cebollas de España, una caja de dominó, un canario en una jaula, y un jamon en dulce.

Recuerdo tambien que Mr. Barkis hacia el amor de un modo sumamente especial : no hablaba; se sentaba al lado de la lumbre, del mismo modo que se sentaba en el pescante, y contemplaba á Peggoty, sentada en frente de él y ocupada en coser.

Una noche, en un tierno transporte, á lo que creo, se apoderó violentamente del cabo de cera de que se servia la jóven para encerar el hilo, lo guardó en el bolsillo del chaleco y se lo llevó. Verdad es que tenia un gran placer en sacarlo de su bolsillo, cada vez que se necesitaba, medio derretido, y lo volvia á guardar así que se habian servido de él. Ademas, parecia gozar plenamente de su silencio, sin creerse obligado á decir una palabra. Si, por casualidad, se le concedia un paseo á solas con su futura por la playa, se contentaba preguntándola de cuando en cuando qué tal estaba, y en seguida volvia á caer en su placidez amorosa.

Algunos incidentes hacian que aquellas visitas fuesen cómicas de vez en cuando, pues recuerdo que, así que se alejaba Mr. Barkis, Peggoty se cubria la cara con el delantal y reia como una loca durante media hora.

En resúmen, todos nos reiamos, mas ó menos, excepto la lamentable mistress Gummidge, que probablemente habia sido cortejada del mismo modo en otro tiempo, puesto que siempre le venia á la memoria el recuerdo del otro.

Estaba á punto de expirar la quincena : hablóse de una partida que debian hacer juntos Mr. Barkis y Peggoty; Emilia y yo debiamos asistir tambien. Apenas pude dormir la víspera, pensando que iba á pasar todo el dia al lado de Emilia. Todos nos levantamos muy temprano, y aun estábamos almorzando cuando vimos á lo lejos á Mr. Barkis que guiaba una tartana mas ligera que la suya.

Peggoty llevaba un vestido sumamente sencillo, su traje de luto de costumbre; Mr. Barkis se habia permitido el lujo de una casaca nueva de paño azul. El sastre se la habia hecho tan cumplida, que con las mangas no eran necesarios los guantes, ni aun para el frio mas intenso; el cuello subia tan arriba, que le levantaba los pelos á la coronilla; los botones de metal eran como platos : gracias á este traje, que se completaba con un pantalon gris y un chaleco de gamuza, Mr. Barkis me parecia un personaje de la mayor consideracion.