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DAVID COPPERFIELD.

Aquella noticia renovó mi llaga. En vez de probar el almuerzo que acababan de servirme, me retiré á llorar en un rincon, apoyándome en una mesita, que Mineta se apresuró á desembarazar de las telas que tenia, temiendo sin duda que las manchase con mis lágrimas.

Mineta era una buena chica, y su mano cariñosa separó mis cabellos que caian sobre mis húmedos ojos, pero al mismo tiempo se mostraba muy alegre por haber acabado su labor y estar segura de llegar á tiempo. A los pocos minutos, en efecto, cesó el ruido de la costura y del martillo : un jóven de porte agradable entró por la puerta del patio; llevaba un martillo en la mano y cogidos con los labios unos clavos pequeños, que se quitaba cuando queria hablar.

— Y bien, Joram, dijo Mr. Omer, ¿qué habeis hecho?

— Ya está concluido, señor, respondió Joram.

Mineta se ruborizó, y las otras dos jóvenes se miraron sonriéndose.

— ¿Quiere decir que habeis velado ayer noche mientras yo me hallaba en mi círculo? preguntó Mr. Omer guiñando los ojos.

— Sí, señor, respondió Joram; como nos habiais prometido que Mineta y yo os acompañaríamos, hemos tratado de acabarlo todo á la hora convenida.

— Verdad es que os lo prometí.

— Ahora si quereis venir á ver cómo ha salido, me dareis vuestra opinion, añadió Joram.

— Con mucho gusto, dijo Mr. Omer. Vaya, vamos...

Y volviéndose á mí, me dijo:

— Tendriais gusto en ver el...?

— No, padre, no, dijo Mineta interponiéndose.

— Pensaba que tendria gusto en... Pero, hija mia, sin duda teneis razon.

No podré decir cómo adivinaba que se trataba del ataud de mi madre. Jamás habia oido clavar ninguno, ni tampoco lo habia visto... pero al oir el ruido del martillo lo habia adivinado todo, y cuando entró el jóven no me quedó ninguna duda.

Así que se dió de mano á la obra, las otras dos costureras se cepillaron sus vestidos y se dirigieron al almacen para arreglarlo todo y esperar á los parroquianos.

Mineta se quedó para doblar lo que habian cosido y arreglarlo en dos cestos.

Mientras que cumplia su cometido, al compás de una alegre cancion que tarareaba, Joram, que se me figuraba que era su futuro, le dió un beso sin cuidarse de mí en lo mas mínimo. Al mismo tiempo lo dijo :

— Vuestro padre ha ido en busca del coche, y no me queda mas que el tiempo necesario para prepararlo todo.

Despues de decir esto salió.

Mineta guardó el dedal y las tijeras en su bolsillo, clavó en su corpiño una aguja enhebrada con seda negra y se compuso un poco su traje delante de un espejo que reflejaba su risueña fisonomia.

Todo esto lo observé desde el rincon donde me hallaba, con la cabeza apoyada en mi mano y entregado á bien tristes pensamientos.

El carro, que era de madera pintada de negro del mismo color que el caballo, no tardó en pararse delante de la puerta. Acomodaron los ataudes y aun sobró puesto para nosotros.

¡Triste fué el efecto que me causó hallarme en compañía de todas aquellas personas y emprender un viaje con el objeto que lo haciamos, despues de haber asistido yo á todos aquellos preparativos!... No por eso les tenia mala voluntad, pero me inspiraban una especie de terror, como si hubiesen sido criaturas de una especie diferente á la mia.

Su alegria no se interrumpia por nada. Mr. Omer guiaba su carricoche, y de cuando en cuando se volvia para responder á Mineta y Joram, que seguian hablando alegremente.

Dos ó tres veces me dirigieron la palabra, pero yo me mantuve sombrio y silencioso, asombrado de su alegre conversacion y de que el cielo no castigase á las personas que tienen un corazon duro.

Cuando nos paramos para echar un pienso al caballo rehusé aceptar las golosinas que habian tocado ellos, prefiriendo no comer nada. Cuando nos hallamos á algunos pasos de la casa me escurrí por la zaga con la mayor ligereza posible, á fin de no hallarme con ellos ni oir su conversacion, que tanto me disgustaba.

Apenas ví la ventana del cuarto de mi madre mis ojos se preñaron de lágrimas : al lado de su ventana distinguí otra, que en tiempos mas felices habia sido la de mi estancia.

Antes de que traspusiera el dintel de la puerta, ya me hallaba en los brazos de Peggoty, con la cual penetré en casa. Así que me vió dió rienda suelta á su dolor; pero trató de contenerse, me habló en