Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/71

Esta página ha sido corregida

59
DAVID COPPERFIELD.

mas contento que unas pascuas. Algunos compañeros se me acercaron para decirme que no les olvidara en el reparto de golosinas anunciadas por mí. Así, pues, salí corriendo y saltando y me dirigí á la sala de visitas.

— No os deis tanta prisa, David, dijo Sharp; tiempo teneis, no hay que apurarse.

A haber reflexionado hubiera podido notar el acento de compasion de Mr. Sharp; pero no recordé tal cosa hasta despues. Entré en la sala, donde hallé á Mr. Creakle sentado á la mesa, almorzando, con su baston y un periódico delante de sí; mistress Creakle tenia una carta en la mano: lo único que no ví fué el regalo.

— David Copperfield, dijo mistress Creakle llevándome hácia el sofá y haciendo que me sentara á su lado, tengo que hablaros á solas... Tengo que deciros una cosa, hijo mio.

Mr. Creakle, á quien yo miraba naturalmente, meneó la cabeza sin volverla hácia mi lado, y ahogo un suspiro al mismo tiempo que se tragaba una tostada de manteca.

— Sois demasiado jóven para comprender las vueltas repentinas que dá este mundo, continuó mistress Creakle, y con cuánta rapidez pasa la vida; pero todos estamos condenados á saberlo, unos en la juventud, otros en la edad madura, y otros...

Yo la miraba con mucha atencion.

— Cuando os separásteis de vuestra familia estas vacaciones, ¿la dejasteis completamente buena?

No respondí nada.

Al cabo de un minuto de silencio volvió á preguntar mistress Creakle:

— ¿Estaba enferma vuestra mamá?

Púseme á temblar sin saber por qué, y la miré con la misma atencion sin tratar de responder.

— Porque... continuó, porque tengo el sentimiento de deciros que me acaban de escribir que vuestra mamá está muy enferma...

Interceptóse una nube entre mistress Creakle y yo. No tardé en dejar de verla, pues mis ojos se preñaron de lágrimas.

— Vuestra mamá está enferma de gravedad... añadió.

¡Ah! antes de que me dijese « ha muerto » ya lo sabia yo. Habia exhalado un grito de desesperacion, el grito de la criatura que se siente huérfana en el desierto del mundo.

Mistress Creakle fué muy buena para conmigo. Me hizo quedar allí todo el dia, dejándome solo algunos momentos. Lloré, lloré tanto, hasta que experimenté el abatimiento que precede al sueño: me dormí, y desperté para volver á llorar. Cuando mis ojos se secaron me puse á reflexionar, y entonces mi corazon se sintió oprimido de tal modo, que se me figuraba que no habia nada en el mundo que pudiera aliviarme.

Sin embargo, mis reflexiones se sucedian vagamente y sin conexion. No se concentraban en mi desgracia : examinaba todos los recuerdos que mi infortunio habia despertado, y trataba de averiguar cuáles debian ser las consecuencias inmediatas. Pensé en nuestra casa cerrada, en el silencio que reinaria, en mi hermanito, que, segun me había dicho mistress Creakle, no sobreviviria largo tiempo á su madre; pensaba en la tumba de mi padre, refugio donde mi madre iba á ser depositada.

Cuando mistress Creakle me dejó solo, estaba sentado; me levanté para ver en el espejo si mis ojos estaban encarnados y mi rostro afligido. Al ver que mis lágrimas ya no corrian, me pregunté con cierta inquietud si se secarian para el dia de los funerales... pues se me esperaba para presidir el duelo. Experimenté un singular sentimiento de importancia, como si mi pérdida y mi dolor me revistiesen de cierta dignidad entre mis demas condiscípulos.

Mi afliccion fué muy sincera. Recuerdo que aquella importancia me causaba una especie de satisfaccion al atravesar el patio por la tarde y ver á mis compañeros mirarme por las ventanas al ir á sus respectivas clases : me sentí sumamente honrado, tomé un aire mas triste y acorté el paso. Así que se acabó la clase se acercaron á hablarme, y me ví como antes, un pobre y sencillo niño, presto a responderles sin orgullo y á reconocerles como antes.

Aquella misma noche salí en la diligencia que hacia el trayecto entre todas las localidades intermedias del camino. No pensaba al alejarme de Salem-House que no volveria al colegio. A la mañana siguiente, entre nueve y diez, llegamos á Yarmouth.

Busqué á Mr. Barkis : en su lugar ví un viejecillo, un poco obeso, con un aire complaciente, vestido de negro, con medias de seda y presillas de cinta en las rodillas y un sombrero de alas anchas. Se acercó, echando los bofes, á la puertecilla de la diligencia y pronunció mi nombre con un tono de interrogacion.