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DAVID COPPERFIELD.

guiaba á la casa, mirando las ventanas y temiendo á cada momento ver la figura de Mr. ó de miss Murdstone. Pero no ví á nadie. Llegué inapercibido hasta la puerta del vestíbulo, y como tenia la costumbre de abrirla, entré, sin llamar, con paso tímido.

¡Dios mio! ¡qué recuerdos de mi primera infancia despertó en mí la voz que acababa de oir en la sala! Mi madre tarareaba una cancion que creí recordar, aunque nueva á mi oido; una cancion que comparé á la voz de esas personas queridas cuyas facciones trata uno de reconocer cuando no las ha visto en mucho tiempo.

¡Ah! si he oido ya esa cancion, sin duda debió ser cuando me mecia en sus brazos para que durmiera.

El murmullo melancólico de la voz de mi madre me daba á conocer que se hallaba sola... Me escurrí sin ruido en el salon : se hallaba sentada al lado de la chimenea, sola en efecto, en el sentido de que no tenia otro compañero que una criaturita á quien daba de mamar, y que estrechaba su cuello con sus manitas. Ella le contemplaba y le cantaba aquel estribillo que tanto me habia conmovido.

— ¡Madre mia!

Al oir esta palabra que pronuncié desde el dintel de la puerta, mi madre se estremeció y arrojó un grito. Pero al verme, me llamó ¡su querido David, su querido hijo! y saliendo á mi encuentro hasta el medio de la sala, se arrodilló, me besó y estrechó mi cabeza contra su seno, junto á la criaturita que tenia, y llevando su mano á mis labios.

¡Ah! si hubiera podido morir... morir así, en medio de aquella felicidad en que se ahogaba mi corazon, seguro estoy que el cielo me hubiera abierto sus puertas.

— Es tu hermanito, me dijo mi madre acariciándome: ¡David, mi querido, mi pobre hijo!

Y me cubria de besos echándome sus brazos al cuello, cuando en esto llegó corriendo Peggoty, que se puso á hacer mil extravagancias á nuestro lado durante un cuarto de hora.

No me esperaban tan pronto : el tartanero se habia adelantado contra su costumbre; Mr. y miss Murdstone, que habian ido á hacer una visita á los alrededores, no debian volver hasta por la noche. No contaba yo con esto; no habia pensado que podríamos hallarnos aun una vez reunidos los tres. Se me figuró que habíamos vuelto á aquellos tiempos en que tan felices éramos todos.

Comimos al lado del fuego. Peggoty quiso servirnos, pero mi madre exigió que se sentase á la mesa con nosotros. Me dieron mi antiguo plato, en el fondo del cual habia pintado un buque navegando á toda vela; Peggoty lo habia ocultado durante mi ausencia, y, segun decia, « no hubiera querido que se rompiese ni por cien guineas. »

Tambien me dieron mi antiguo vaso de cristal, en el que habia grabado David, mi antiguo tenedor y mi cuchillo, que se negaba, como siempre, á cortar.

Mientras que estábamos en la mesa tuve ocasion á propósito para hablar á Peggoty de Mr. Barkis. Antes de que yo acabase se echó á reir á carcajadas, tapándose la cara con el delantal.

— Peggoty, preguntó mi madre, ¿de qué se trata?

Peggoty reia cada vez mas sin quitarse el delantal, que se quedó como un saco sobre su cabeza cuando mi madre trató de retirárselo.

— ¿Pero qué significa todo esto, tonta? dijo mi madre echándose á reir á su vez.

— ¡Oh! ¡qué hombre! exclamó Peggoty; quiere casarse conmigo.

— Hariais una buena boda, ¿no es verdad? dijo mi madre.

— ¡Oh! no lo sé, respondió Peggoty. No me lo pregunteis. No quisiera casarme con él aun cuando tuviera mas oro que lo que pesa. Ni con él ni con otro alguno.

— Entonces ¿á qué viene no decírselo clarito? añadió mi madre.

— ¡Decírselo! exclamó Peggoty por debajo de su delantal. Jamás me ha dicho una palabra, porque sabe perfectamente lo que le aguarda. Si se atreviese á hablarme, os aseguro que le plantaria un pescozon.

Su rostro se habia puesto mas encendido que la grana, pero lo tapó de nuevo con su delantal y soltó una nueva carcajada. Despues de reirse á sus anchas siguió comiendo.

Noté que á pesar de que mi madre se sonrió al mirar á Peggoty, se quedó cada vez mas pensativa y séria. Ya al llegar habia notado su cambio; siempre bonita, aunque con el aire un poco preocupado; su mano habia enflaquecido y era de una blancura casi transparente. Sobre todo, lo que mas llamó mi atencion fué la expresion de fisonomia con que mi madre oia hablar de una proposicion de casamiento hecha á su fiel criada. Leí en su rostro una inquietud y una ansiedad que no tardaron en manifestarse mas claramente.