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DAVID COPPERFIELD.

mamente orgulloso por el cumplido que dirigia á su tio; es un marino consumado.

A Mr. Peggoty le halagó tanto como á su sobrino, por mas que su modestia le impidiese recibir aquel cumplido con tanto júbilo como á su sobrino.

— Gracias, mil gracias, hago mi oficio lo mejor que puedo, respondió él.

— Pues eso es ya mucho hacer, replicó Steerforth.

Los cumplimientos que cambiamos entre nosotros aun fueron mas allá, tan contentos estábamos unos de otros.

Cuando Mr. Peggoty y Cham se hubieron despedido al fin de nosotros, trasladamos secretamente nuestras langostas y demas al dormitorio, donde tuvimos un gran festin. Pero ¡ay! el único desgraciado fué, como siempre, Traddles. En medio de la noche se despertó presa de horribles cólicos; tuvo una indigestion, para la que fué preciso tragar una infinidad de píldoras y de medicamentos mas negros que la pez. En seguida, como rehusó decir la causa de su enfermedad, recibió por castigo unos cuantos bastonazos y seis capítulos del Nuevo Testamento que tuvo que traducir del griego.

Mis recuerdos de aquel semestre son un caos de nuestras lecciones cotidianas, de pésimas comidas en que el carnero y el buey asados y cocidos alternaban con el buey ó el carnero cocidos ó asados, de puddings grasientos y de tostadas de manteca, de rudimentos con tirones de orejas á cada instante, de pizarras despuntadas ó rotas, de bastonazos y palmetas, de cabellos rapados, de domingos lluviosos, y de diversiones de invierno en la gran sala de estudios, vasto local en que tiritábamos de frio desde por la mañana hasta por la noche, etc.

Por último, en medio de aquella atmósfera de polvo y tinta, la lejana idea de las vacaciones, despues de haberse señalado largo tiempo como un punto imperceptible y estacionario en el horizonte, se adelantó poco á poco como una realidad cada vez mas próxima; despues de haber contado por meses, contamos por semanas, luego por dias. Entonces me llegó mi vez y me pregunté con cierta inquietud si me sacarian del colegio; ¡cual no fué mi alegria cuando Steerforth me dijo que sabia por Mr. Creakle que le habian escrito que me enviase á Blunderstone, y que ya estaba tomado mi asiento en la diligencia de Yarmouth!

Lector, héme aquí en camino en el interior de aquella diligencia : el sueño se apodera de mí; sueño, aun creo hallarme en Salem-House : ¿qué ruido me ha despertado? ¡Alabado sea el cielo! es el mayoral que chasquea su látigo, y no Mr. Creakle rompiendo su baston en las espaldas de Traddles.


VII


MIS VACACIONES DE NOCHEBUENA.

Llegamos antes de que fuese de dia á la posada donde se paraba la diligencia, que no era la misma en que estaba aquel mozo que tan bien me habia ayudado á despachar mi almuerzo. Condujéronme á un cuartito que tenia pintado encima de la puerta un delfin. Tenia mucho frio, á pesar de una taza de té que me habian servido delante de la chimenea, en una pieza del piso bajo.

Despues de haberme desnudado prontamente en la habitacion del Delfin, fué grande mi júbilo metiéndome en la cama, y envolviéndome la cabeza con las sábanas.

Mr. Barkis, el tartanero, debia venir á buscarme á las nueve de la mañana. Me levanté á las ocho, algo cansado, pues habia dormido poco, y me avié para estar presto.

Mr. Barkis me recibió de la misma manera que si no hubiesen pasado mas que cinco minutos desde mi último viaje, colocó mi baul en la tartana, me hizo subir, se instaló en el pescante, y puso su caballo al paso de costumbre.

— ¿Qué tal vá? le pregunté, creyendo que le halagaria.

Por toda respuesta, el tartanero se pasó la manga por el rostro.

— Cumplí vuestro encargo, escribí á Peggoty, continué, creyendo que seria mas comunicativo para conmigo.

— ¡Ah! exclamó con sequedad.

— ¿Hice mal?

— No, pero ella no ha respondido.

— ¿Luego habia una respuesta?

— Cuando un hombre dice que está dispuesto, es lo mismo que si dijese que espera una contestacion, dijo Barkis con aire gruñon.

— ¿Quereis que se lo recuerde?

— Con mucho gusto; solo que esta vez os que-