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DAVID COPPERFIELD.

Cuando me falteis al respeto sereis un mendigo impudente.

— ¿Pensais, Steerforth, dijo Mr. Mell, que ignoro el influjo que podeis ejercer aquí sobre los demas?

Al hablar así, posó, maquinalmente supongo, la mano sobre mi cabeza.

— ¿Por ventura no os he visto hace algunos minutos excitando á los demas á ultrajarme de todos los modos posibles?

— No me tomo el trabajo de pensar en vos, dijo friamente Steerforth; no tengo nada mas que responderos.

— ¿Debeis, por ventura, añadió Mr. Mell con los labios convulsos por la cólera, podeis abusar de vuestro favoritismo para insultar á un caballero?

— ¿A un qué? ¿dónde está el caballero? preguntó Steerforth con ironia.

Al llegar aquí, hubo uno que gritó:

— ¡Oh! ¡J. Sleerforth, eso es indigno!

El que así hablaba era Traddles. Mr. Mell le detuvo en seguida, intimándole á que se callara, y continuó :

— Sí, para insultar á una persona que no se halla en una situacion feliz, y que jamás os ha ofendido en lo mas mínimo. En vuestra edad, podeis comprender perfectamente las mil y mil razones que teneis para no obrar así; por consiguiente cometeis un acto vil y bajo. Ahora podeis sentaros, ó continuar de pié, como mas os plazca, señor mio... Copperfield, continuad la leccion.

— ¡Un momento, Copperfield! dijo Steerforth que se adelantó hasta el medio de la clase. Quiero enseñaros una cosa, Mr. Mell, una vez para todas. Cuando os tomais la libertad de tratarme de vil ó de bajo, ¿sabeis lo que sois? ¡un mendigo impudente! Siempre sois un mendigo, ya lo sabeis; pero cuando me falteis al respeto, sereis un mendigo impudente.