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DAVID COPPERFIELD.

Queria así animarme, y se lo agradezco : la misma barbarie de Mr. Creakle tuvo de bueno para mí que me libertó de aquel rótulo. Echó de ver que me servia como de coraza contra sus bastonazos, razon por la cual no tardó en despojarme de ella.

Una circunstancia particular cimentó mi amistad con Steerforth : fué para mí un motivo de orgullo, aunque no sin inconvenientes. No sé á propósito de qué, comparé cierto dia una persona á uno de los héroes de Peregrine Pickle.

— ¿Habeis leido esa novela? me preguntó Steerforth aquella noche así que subimos al dormitorio.

— No solo esa, sino otras muchas, le respondí, explicándole el por qué.

— ¿Y las recordais?

— Ciertamente que sí. Y era verdad, pues tenia una memoria excelente.

— Pues bien, no sabeis una cosa, mi querido Copperfield. Me las contareis. Me duermo con trabajo, y todas las mañanas me despierto muy temprano; daremos un repaso á nuestras novelas; haremos una especie de Mil y una Noches.

Halagóme semejante proyecto, y aquella misma noche lo pusimos en práctica. ¡Ah! ¡cómo debí tratar á mis autores favoritos, haciéndome su intérprete! Pero tenia la fé del ingénuo lector, y quizás cierto modo de contar con una sencillez séria que debia agradar á mis auditores.

Desgraciadamente muchas veces me acometia el sueño, otras no me hallaba dispuesto á continuar una penosa tarea que sin embargo era preciso llenar á toda costa... ¡Pero cómo descorazonar a Steerforth! ¡cómo pensar en desagradarle! Ademas, por la mañana, si me sentia cansado y dispuesto á saborear una hora de reposo de mas, me divertia muy poco verme despertado como la sultana Scheherazade, y obligado á narrar largas aventuras antes de que sonase la campana. Pero Steerforth era un oyente resuelto, y como en cambio me explicaba mis lecciones de aritmética, mis temas y todo cuanto habia de difícil en mis lecciones, ganaba algo en aquella transaccion nuestra : quiero, sin embargo, hacerme la justicia de que el interés ni el temor no me movian á tal cosa. Admiraba y queria á Steerforth, y su aprobacion me compensaba ampliamente.

En cambio Steerforth mostraba ciertas atenciones hácia mí, y me lo probó en una circunstancia en que Traddles y los otros tuvieron que sufrir el suplicio de Tántalo. En el segundo mes del semestre llegó la carta prometida de Peggoty, carta cariñosa, acompañada de un pastel rodeado de doce naranjas y de dos botellas de vino de primavera. Como era consiguiente, deposité este tesoro á los piés de Steerforth para que dispusiese de él.

— No, mi querido Copperfield, me dijo, el vino servirá á refrescaros el paladar cuando me conteis historias.

Me puse mas encarnado que la grana, y le supliqué modestamente que renunciase. Pero él pretendió haber observado que algunas veces tartamudeaba y no quiso que nadie probase ni una sola gota. Apoderóse, pues, de las botellas, que guardó en su baul, al lado de su cama, y él mismo me administró el contenido cada vez que juzgaba que necesitaba refrescarme, merced á un cañon de pluma adaptado al corcho. A veces, para hacer soberano el específico, añadia un gajo de naranja ó una pastilla de menta, y aunque esto no componia precisamente una cosa muy estomacal, segun la receta de la Facultad, me lo tragaba con cierto agradecimiento.

Peregrine Pickle duró cerca de un mes, y otro tanto cada una de mis historias. Lo que hay de cierto es que el colegio no habia acabado aun su provision de cuentos cuando el narrador habia dado ya fin á sus refrescos.

¡Pobre Traddles!... no puedo pensar jamás en este discípulo sin que no me sienta con ganas de reir y llorar á la vez... A mi lado desempeñaba el papel de coro en las piezas antiguas, afectando convulsiones de hilaridad en los pasajes graciosos, y temblando como la hoja del árbol cuando sobrevenia una peripecia alarmante. Algunas veces me encontraba apurado. Una de sus bromas de costumbre era pretender no poder menos de castañetear con los dientes cuando era cuestion de cierto alguacil de las aventuras de Gil Blas, y cuando Gil Blas halla en Madrid al capitan de bandoleros, y mi desgraciado bufon aparentaba tal acceso de asombro, que acabó por que lo oyese Mr. Creakle, que andaba rondando por los pasillos como un gato que acecha una presa. Traddles fué, pues, acusado, convicto y confeso por haber turbado el órden en el dormitorio.

Todo cuanto en mí habia de visionario y novelero, estuvo entretenido y sobreexcitado por aquellos continuos relatos de historias y cuentos narrados en medio de la oscuridad. Bajo este punto de