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DAVID COPPERFIELD.

vaso que le pertenecia particularmente. Yo me hallaba á su izquierda, y los demas convidados, puestos á nuestro alrededor, bien sobre las camas mas cercanas o en el suelo.

Recuerdo todos los detalles de nuestro festin y nuestra conversacion en voz baja, ó mejor dicho la suya, pues por mi parte me contenté con escuchar religiosamente : la luna dibujaba en el suelo la forma decalcada de la ventana, á través de la cual se introducian oblícuamente sus rayos en el dormitorio : aquella especie de crepúsculo lunario se iluminaba tambien artificialmente cuando Steerforth, para ver mejor las golosinas que comíamos, introducia un fósforo en una cajita, de donde salia como un cohete, despidiendo una llama azulada que se apagaba casi en seguida. Fácil es adivinar la impresion que debió producir en mi imaginacion de niño aquella fiesta secreta, celebrada con tanto misterio, á media noche y en que cada convidado hablaba bajo : por momentos no podia desechar del todo un sentimiento de vago terror, y no me sonreia cuando Traddles pretendia distinguir un alma en pena en algun rincon.

Púsoseme al corriente del colegio y de todo lo que pertenecia ó dependia de él. Supe que si Mr. Creakle se habia vanagloriado de ser un tártaro, razon tenia en ello, pues era el director de colegio mas duro y severo, pasando el dia en ejecutar él mismo sus propios juicios sobre sus discípulos : Steerforth añadia que aquello era lo único que sabia hacer, pues era tan ignorante como el último de los colegiales. Su primer oficio no le habia salido bien; pues antes de hacerse director de colegio habia vendido cebada en un arrabal de Londres, y habiendo perdido en su comercio el dote de mistress Creakle, acabó por declararse en quiebra. Asombrado estaba de todo lo que sabian mis condiscipulos : dijéronme tambien que el hombre de la pata de palo, que se llamaba Tungay, era otro animal que allá en sus tiempos habia ayudado en su comercio á Mr. Creakle, rompiéndose una pierna al servicio de su amo, lo cual explicaba suficientemente como aquel servidor leal le habia seguido á su empresa escolar; pero segun los discípulos, á quienes esta suposicion no costaba gran cosa, tenia mayores títulos á la gratitud de Mr. Creakle, cuanto que era el confidente y aun el complice de alguna que otra accion poco delicada. Ademas, Tungay conceptuaba á todo el mundo, excepto á Mr. Creakle, como á su enemigo natural, y se complacia en hacer el mal. El director tenia un hijo que no era del agrado del cojo: como el hijo se contaba en el número de los profesores, no temia dirigir alguna que otra observacion á su padre con respecto á la severidad cruel que este mostraba para con sus discípulos; tambien se habia permitido protestar contra la tiranía que se ejercia con su madre. Por lo cual Mr. Creakle le habia echado fuera; y desde entonces, segun me dijeron, mistress y miss Creakle derramaban abundantes lágrimas.

Pero lo mas maravilloso que aprendí sobre la conducta y modo de obrar del director del colegio, fué que en el colegio habia un muchacho á quien no se atrevia á pegar; aquel colegial era J. Steerforth, quien confirmaba dicha observacion siempre que venia al caso, diciendo :

— Quisiera que se atreviese á tocarme.

— ¿Y si os pegase? le preguntó un dia un colegial tímido — hay que advertir que no era yo.

Steerforth encendió un fósforo como si hubiese querido iluminar su respuesta.

— Si se atreviese, empezaria por pegarle un botellazo con la botella de la tinta que está encima de la chimenea.

Al oir semejante respuesta, cada cual de nosotros no pudo menos de admirar á nuestro compañero.

Supe tambien que las pagas de Mr. Sharp y Mr. Mell no eran pagadas con suma puntualidad. Cuando servian á la mesa de Mr. Creakle un plato de carne fiambre y un asado que humeaba, casi estaba convenido que Mr. Sharp preferiria siempre el fiambre.

— Es la pura verdad, dijo Steerforth, que era el único discípulo que comia alguna vez que otra con el director.

— ¿Y Mr. Sharp cree que su peluca le sienta bien? dijo Traddles : no es preciso que esté tan orgulloso, pues por el cogote le asoman unos pelos de cofre...

Vaya otro detalle : uno de los pensionistas, hijo de un comerciante en carbones, pagaba su pension proveyendo de carbon al colegio ; de aquí se le puso el apodo de Troc. Al menos de aquel modo estaban seguros que no les faltaria el combustible; pero la cerveza de la comida era, segun decian, un robo que se hacia á los padres, y el pudding tan cacareado en los prospectos no era mas que una decepcion. Hablóse de miss Creakle; todos confesaron que estaba enamorada de J. Steerforth; y ciertamente