Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/42

Esta página ha sido corregida

30
DAVID COPPERFIELD.

— No es ese el nombre, añadió la señora : no han pagado vuestra comida.

— ¿Han pagado acaso la de un tal Murdstone, señora? añadí.

— Si os llamais Mr. Murdstone, ¿por qué, pues, habeis tomado otro nombre?

Expliquéle á aquella señora lo que deseaba saber, y ella entonces tiró del cordon de la campanilla y acudió un criado.

— William, llevad á este jovencito al comedor.

El mozo que salió de la cocina, al oir esta órden, pareció sorprenderse muchísimo al ver que solo se trataba de mí.

Introdujéronme en una vasta habitacion, cuyas paredes estaban llenas de mapas. Aun cuando aquellos mapas hubieran sido real y efectivamente los paises que representaban, se me figura que no me hubiera hallado en ellos tan desorientado como en el comedor en donde me encontraba. Parecióme usar de grandes licencias el sentarme con el sombrero en la mano, casi fuera de la silla, cerca de la puerta : cuando el mozo cubrió la mesa con un mantel exprofeso para mí, colocando un salero, me puse mas encarnado que un pavo, á fuerza de tanta modestia.

Sirviéronme unas chuletas con patatas; el mozo destapó los platos y me dijo, adelantándome una silla y ofreciéndomela con mucha urbanidad :

— He pedido una pinta de cerveza; ¿si quereis algo mas?...

— No, traedla, le dije dándole las gracias.

Entonces llenó un vaso grande, y mirándolo á través de la luz, exclamó al ver su hermoso color :

— En verdad que no cabe mejor, ¿no es verdad?

— Mucho que sí, repetí sonriéndome, pues me agradaba el aire amistoso de aquel mozo, cuya cabeza era como la de un erizo; su mirada era expresiva, y airosa la apostura con que se mantenia allí, de pié, con una mano en la cadera, mientras que con la otra levantaba el cristal coronado de la espuma.

— Ayer, dijo, se hospedó aquí un hombre fornido, un caballero llamado Topsawyer... quizás le conozcais.

— No, creo que no.

— Un hombre que calza unas polainas, lleva un sombrero de alas anchas y una levita oscura.

— No tengo el gusto de conocerle, me aventuré a murmurar con timidez.

— Pues bien; vino aquí y pidió un vaso de esta misma cerveza; se empeñó, á pesar de mis observaciones, bebióla y cayó al suelo muerto repentinamente. Era demasiado añeja para él, prueba evidente que no debian habérsela servido.

Contristóme mucho un accidente tan lastimoso, y pensé y dije que seria mas prudente beber agua.

— Sin disputa, replicó el camarero cerrando un ojo y mirando con el otro el vaso lleno; pero á los amos no les gusta que se dejen las cosas que se han pedido, pues eso les humilla. Así, si lo permitís, yo me la beberé; estoy acostumbrado, y la costumbre es el todo. No creo que me haga daño si me la bebo de un trago. ¿Qué haré?

Respondíle que me haria gran favor bebiéndola, á condicion que no correria ningun peligro. Grande fué mi susto al ver que se la echaba al coleto de un trago, y tuve miedo de verle caer muerto de repente como el desgraciado Topsawyer. Pero la cerveza no le hizo gran daño; al contrario, se me figuró que se ponia mas colorado.

— ¡Oh! ¿qué es esto? exclamó metiendo el tenedor en un plato. ¿Serian por casualidad chuletas?

— Sí, chuletas son, respondíle.

— ¡Dios de mi alma! añadió, jamás pensé que fueran chuletas. Una chuleta es precisamente lo único que neutraliza los perniciosos efectos de esta cerveza. ¡Qué feliz casualidad!

Así, pues, cogiendo una chuleta con una mano y una patata con la otra, comió con gran apetito y á mi placer : se apoderó en seguida de otra chuleta y de otra patata, y así hasta que dió fin con el plato. Cuando hubimos acabado de almorzar, fué á por un pudding, me lo presentó y pareció soñar con satisfaccion durante algunos instantes.

— ¿Qué tal os parece el pastel? preguntóme saliendo de sus meditaciones.

— Es un pudding, le respondí.

— ¡Un pudding! exclamó : sí, verdad es, ¡Dios mio! un pudding confeccionado con harina, manteca y huevos; mi pudding predilecto. ¡Qué felicidad! Vaya, vaya, amiguito, á ver quién de nosotros dos comerá mas.

Pusímonos á la obra; inútilmente me gritó mas de una vez: ¡ánimo!... ¿qué podia hacer yo con mi cucharilla de tomar café, contra él y su cucharon, ni mi apetito contra el suyo? No bien empezamos cuando me sacó gran delantera, y la admiracion me dejó inmóvil : jamás habia visto atracarse de pudding de aquel modo, y así que hubo acabado echóse á reir como si aun siguiese comiendo.