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DAVID COPPERFIELD.

Mr. Murdstone me conducia á mi cuarto lenta y gravemente. Seguro estoy que se complacia en esta ceremonia de una justicia solemne... pero apenas entré me sentí agarrado vivamente y mi cabeza pasó bajo su brazo.

— ¡Mr. Murdstone! le gritaba, deteneos, os suplico que no me pegueis. He hecho todo lo posible para aprender; pero no puedo dar la leccion delante de vos y de vuestra hermana, os lo juro en verdad.

— ¡Ah! ¿con que no puedes dar la leccion? Eso es lo que vamos á ver.

Me tenia agarrada la cabeza con mucha fuerza, pero yo trataba de zafarme y le suplicaba que no me pegase... en vano, á los pocos instantes sentí la impresion de las correas que acababa de atar á su baston... En medio de mi ira me apoderé de la mano que me sujetaba y la mordí... Siento en mis dientes que aun la morderia si la tuviese cerca de mí.

Entonces me zurró como si hubiera querido matarme á palos. A pesar del ruido que hacíamos, oí que subian las escaleras corriendo, oí que lloraban, reconocí la voz de mi madre y de Peggoty; pero ya se habia marchado cerrando la puerta con llave. Me habia dejado revolcándome en el suelo, presa del doble suplicio de mi dolor y de mi rabia impotente.

Cuando recobré un poco la calma, el silencio mas grande reinaba en la casa : al mismo tiempo empecé á comprender que era malo... Escuché y asombréme de no oir nada : me levanté, y mirándome al espejo me asusté un poco al ver mi rostro encendido é hinchado; los correazos me habian despellejado, y sentia un escozor que me hace llorar aun cuando lo recuerdo; pero ¡qué era eso en comparacion al remordimiento que me destrozaba el alma, y que para mí no hubiera sido mayor á cometer un crimen!

Empezaba á caer la tarde; yo habia corrido la persiana de mi cuarto, cuando se abrió la puerta y entró miss Murdstone con una taza de leche, un pedazo de carne y pan, que dejó sobre la mesa sin hablar una palabra, mirándome con una entereza ejemplar; en seguida se retiró cerrando tras sí la puerta.

Llegó la noche y me senté creyendo que alguien vendria : cuando renuncié á ver á nadie me desnudé, me metí en la cama y empecé a pensar en todo lo que podrian hacerme. ¿Lo que habia cometido podia calificarse verdaderamente de acto criminal? ¿Me prenderian? ¿Corria peligro de que me ahorcasen?

Jamás olvidaré el dia siguiente á la hora de despertarme.

La primera sensacion fué dulce, empero no tardó en oprimirme el sombrio peso de los recuerdos de la víspera. Miss Murdstone apareció antes de que me levantase, me dijo que podia ir á pasearme al jardin durante media hora; en seguida se retiró, dejando la puerta abierta para que me pudiese aprovechar del permiso.

Aprovechéme con efecto, y lo mismo hice todas las mañanas mientras duraron los cinco dias de mi encierro. Si hubiera podido ver á mi madre á solas, me hubiera echado á sus brazos para pedirla perdon, pero no veia á nadie... Me engaño, todos los dias á las oraciones, miss Murdstone venia á escoltarme hasta la sala. Allí, como un jóven proscrito, debia pararme en el umbral de la puerta, y, rezada la oracion, mi calabocero me conducia solemnemente antes que se levantasen los demas. Notaba que mi madre estaba lo mas lejos posible de mí y con el rostro vuelto hácia otro lado, de modo que me fuera imposible verla. Mr. Murdstone tenia una mano vendada.

Difícil me será decir lo largos que se me hicieron aquellos cinco dias. Ocupan en mi memoria el espacio de cinco años, y se me quedaron grabados hasta los menores incidentes; analizaba todos los ruidos de la casa que llegaban hasta mi oido: en el interior la vibracion de las campanillas, el abrir y cerrar las puertas, el murmullo de las voces, los pasos en las escaleras; fuera, el viento, la lluvia, el eco de una risa, de un silbido, de una cancion, que me parecian mas lúgubres que los demas ruidos en mi soledad. ¿Cómo describir la marcha incierta de las horas, sobre todo la noche, cuando me despertaba creyendo que era de dia, y reconociendo que — aun no se habian acostado los de casa — me quedaba aun que pasar una larga noche? ¡y qué sueños, qué pesadillas durante mi sueño! Pero quizás el dia no era menos desconsolador, cuando sonaba de repente la voz de los demas muchachos en las horas de asueto, y los observaba sin atreverme á acercar á la ventana, temiendo adivinasen que estaba encerrado. En fin, era una sensacion extraña la de mi propio silencio en medio de aquel contínuo murmullo de sonidos y vida, que me hacia recordar un aislamiento cuyo término no conocia.