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DAVID COPPERFIELD.

- ¿Y qué pensais vos de eso, Mr. David? me preguntó.

- Espero que viva todavia.

- Mr. David, sí, vive... estoy seguro. No podria explicaros en qué fundo esta seguridad, pero no puedo tener dudas.

Al hablar asi parecia un hombre inspirado.

- Gracias pues, mi estimado Mr. David, con- tinuó ; lo que me habeis dicho me confirma en la fé que tengo en su vuelta. No está ya con él... es probable, muy probable que venga á Lóndres... idónde acaba de perderse una jóven extraviada si no es en esta vasta ciudad? ¿dónde, la que no se atreve á volver bajo el techo paterno, puede espe- rar ocultar mejor su vergüenza?...

- Pienso lo mismo que vos, le dije; por esto he venido á comuniearos, ademas de mis noticias, una idea que me preocupa desde ayer. Hay una persona en Lóndres que puede ayudarnos á descu- brir á la infortunada, si su destino la conduce aquí... Escuchadme con valor, Mr. Daniel, sin ol- vidar el noble fin que proseguimos... ¿Os acordais de Marta ?...

- ¿Marta Endell, de Yarmouth? respondió con una expresion que delataba el penoso efecto que le producia este nombre.

He hablado en otra ocasion dle Marla Endell, que habia sido al mismo tiempo que Emilia, obre- ra de Mr. Omer, y su amiga de escuela.

Robada por un seductor y abandonada luego, habia vuelto á Yarmouth para verse rechazada con desprecio y ultrajes.

Mr. Daniel Peggoty no fué mas indulgente que los otros con Marta Endell, y fué necesario que Emilia obrase secretamente para dar á su antigua compañera algunas palabras de consuelo y socorros.

- Marta Endell está en Lóndres! le dije.

- La he visto, me contestó Peggoty estreme- ciéndose.

- Pero ignorais que mucho tiempo antes de que Emilia dejase á Yarmouth, habia sido muy caritativa para Marta, de acuerdo con Cham, y si viniese á Lóndres, no es presumible que buscase i su antigua amiga y compañera?...

- Teneis razon, Mr. David, es necesario hablar å esa muchacha, hablarla de Emilia. Ah! hubo un tiempo en que era para mi lo que el fango que pisoteaba mi Emilia... ; Dios me perdone!... Pero la noche ha llegado; ¿ quereis salir conmigo, Mr. David?

- Iba á proponeros lo mismo, le dije.

Sin parecer observarlo, vi con qué cuidado arre- glaba todos los mucbles de su habitacion, prepa- raba una luz, acomodaba el lecho, y en fin, sacaba de un armario un traje de mujer (que reconoci ser de Emilia por haberlo llevado esta en otra épo- ea); lo plegó cuidadosamente y lo puso sobre una silla.

Bajando la escalera le pregunté por Chanm, y me dijo que era siempre el mismo, soportando tranquilamente la vida, sin quejarse ni murmurar, querido de todos.

Seguimos desde Hungerford-Market, esa inmen- sa arteria de Lóndres que se llama el Strand, hasta el Temple-Bar, que franqueamos para recorrer los barrios de la Cité, donde habia encontrado á Marta Endell en diversas ocasiones.

En los alrededores del puente de Blackfriars, Mr. Daniel fué el primero en indicarme una mujer que marchaba sola por la acera de enfrente, y re- conociendo á la que queriamos hablar, atravesé la calle para alcanzarla...

¿Nos habia visto tambien y reconocido? porque en el mismo instante apresuró el paso.

No pudimos alcanzarla sino en el pretil del puente, y cuando la asi por el brazo, se volvió lan- zando un grito; en el acento de su voz, en la tur- bacion de su fisonomia, adiviné que un funesto designio habia precipitado la marcha de Marta En- dell hácia el Támesis.

¿ Cómo no creer en una intervencion providen- cial? Entre las desdichadas victimas de la seduc- cion, con mucha frecuencia por desgracia, las que una primera falta ha hecho caer tan abajo como Marta, desesperan de ellas mismas, y bus- can en el suicidio el término de sus angustias.

Cuando, un poco tranquilizada por nuestras pa- labras, Marta supo que no era solo la casualidad la que nos habia hecho seguirla, cuando notó es- pecialmente la benevolencia con que Mr. Daniel Peggoly acudia á sus mejores sentimientos, supli- cảndola se le asociase para encontrar á su antigua compañera y salvarla tal vez, de una desesperacion tan horrible como la suya, Marta lloró mucho, tanto por Emilia como por ella misma, y dijo so- llozando :

- Seria un mónstruo de ingratitud si no con- sintiese en vivir por la que me tendió una mano de amiga, mientras los otros me lanzaban mi infamia al rostro... Vosotros ignorais todo lo que Emilia