Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/31

Esta página ha sido corregida

19
DAVID COPPERFIELD.

Me llamaba hijo mio : ninguna frase me hubiera conmovido tanto como esta; me tapé con las sábanas para ocultarle mis lágrimas, y mi mano, al estrechar la suya, la rechazó cuando quiso cogerme en sus brazos.

— Vos teneis la culpa de todo esto, Peggoty, dijo mi madre; sois una criatura cruel; habeis sido vos, no me cabe la menor duda. ¿No os remuerde la conciencia al prevenir contra mí á mi propio hijo y contra una persona que me es querida?

La pobre Peggoty, alzando al cielo la vista y cruzando sus manos, se contentó respondiendo esta especie de paráfrasis de plegaria:

— ¡Que Dios os lo perdone, mistress Copperfield, y ojalá no repitais nunca lo que acabais de decir!

— ¡Hay para volverme loca! exclamó mi madre ; y esto en mi luna de miel, cuando mi mas mortal enemigo me acordaria una próroga, se me figura... que mi enemigo mas encarnizado no me envidiaria algunos dias de calma y felicidad! ¡David! eres una criatura sin corazon, y tú, Peggoty, eres una malvada. ¡Ah! Dios mio, continuó dirigiéndose tan pronto á uno como á otro, con su impaciencia de niña mimada, ¡qué mundo tan triste, y en qué momento! cuando una esperaba hallarle lo mas agradable posible.

Sentí el contacto de una mano que reconocí no ser la de mi madre ni la de Peggoty, y para librarme me escurrí fuera de la cama. Era la mano de Mr. Murdstone, y me cogió del brazo diciéndome :

— ¿Qué ocurre? Clara, amor mio, ¿habeis olvidado? Carácter, querida mia.

— Lo siento, mi querido Eduardo, respondió mi madre; me habia prometido cumplir lo acordado, ¡pero son tantos mis disgustos!...

— ¡Tan pronto, Clara! esa confesion hace daño.

— Digo que es bien triste que en este momento traten de enojarme, añadió mi madre haciendo un gesto. ¿No es verdad?

Le atrajo hácia ella, le besó en la frente y le dijo algunas palabras al oido. Al ver á mi madre que se apoyaba en su hombro, comprendí, como pudiera comprenderlo en este instante, que era capaz de plegar aquella naturaleza débil á todas sus voluntades.

— Bajad á la sala, querida mia, le dijo Mr. Murdstone; David y yo iremos á vuestro encuentro... Y vos, amiga mia, continuó fijando una mirada sombría en Peggoty así que no pudo verle mi madre, despedida por él con un saludo, y vos, sabeis cómo se llama vuestra ama?

— Lo sé, puesto que hace mucho tiempo que es mi señora, respondió Peggoty.

— Verdad es, dijo, pero se me ha figurado oir al subir la escalera que le dabais un nombre que no es el suyo: recordad que el que lleva ahora es el mio.

Peggoty me miró con aire entrecortado, en seguida hizo un saludo y salió sin replicar, pensando piadosamente, segun supongo, que hallarian que estaba de mas y que no tenia excusa ninguna para quedarse. Así que nos vimos solos, Mr. Murdstone tomó asiento, me colocó delante de sí y clavó sus ojos en los mios : experimentaba una verdadera fascinacion, y al recordar lo que cuento, aun creo oir los latidos de mi corazon.

— David, me dijo Mr. Murdstone, ¿qué piensas que hago cuando tengo que habérmelas con un perro ó un caballo voluntariosos?

— No sé.

— Los castigo.

Habia respondido á media voz con una verdadera opresion en el pecho; me sentí mucho mas oprimido aun al guardar silencio. Mr. Murdstone continuó :

— Por mas que se ensoberbezca y encabrite, me digo á mí mismo : « Le domaré », y aun cuando fuese necesario sacarle hasta la última gota de sangre á latigazos y espolazos, conseguiria mi objeto. ¿Has llorado, segun creo? confiésalo.

En aquel momento, si me hubiera preguntado veinte veces la misma cosa, zurrándome otras tantas, creo que mi corazon de niño se hubiese roto antes de querer convenir con él.

— Para ser un niño eres demasiado despejado, añadió con aquella sonrisita que le era peculiar, y veo que me has comprendido. Alza la vista y baja conmigo.

Enseñóme con la mano el aguamanil que he comparado á mistress Gummidge y me hizo señas para que le obedeciera. No dudaba ni un momento que á su vez no me hubiera deshecho sin el menor remordimiento á haber resistido.

Bajamos juntos con mi mano apoyada en su brazo, y al entrar en la sala, le dijo á mi madre :

— Clara, amiga mia, espero que no os darán mas disgustos : no tardaremos en haber corregido la gentecilla caprichosa.

Pongo á Dios por testigo que hubiera podido