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DAVID COPPERFIELD.

Dora vivia aun y no habiamos perdido toda es- peranza.

Preocupado por su estado al salir de casa del doctor Strong, pasaba por la morada de mistress Steerforth, en vez de seguir el sendero que me ale- jaba de ella, como tenia por costumbre, y no pude menos de mirar á esta triste vivienda, cuyas ven- tanas cerradas completamente la hacian mas soli- taria.

En este momento se abrió una puerta y una voz de mujer pronunció mi nombre ; reconoci á la criadita de mistress Steerforth, aquella que anti- guamente se adornaba con lazos negros para con- formarse, sin duda, con la tristeza de aquel sitio.

- Caballero, me dijo, i tendriais la bondad de pasar un momento para hablar á miss Darlle?

- Os envia miss Dartle? pregumlé.

- Miss Dartle, que os ha visto pasar hace dos horas, contestó la criadita, me ha ordenado que os accchase y os rogase le concedais una visita; os hu- biese escrito si no hubierais vuelto á pasar por aqui.

No podia dispensarme de entrar, y me informé mientras atravesaba el vestibulo, de la salud de mistress Steerforth.

La criadita me contestó que no estaba muy buena y no salia de su habitacion miss Dartle, añadió, está cn el jardin, en la azoteilla. Y me dejó solo.

Cuando miss Dartle se apercibió de mi presen- cia, se puso en pié para saludarme, pero nuestra entrevista no tuvo nada de cordial.

Nos habiamos dejado de un modo poco agrada- ble, como ya lo he dicho, y habia aun en aquella pálida fisonomia un aire de desden que no trataba de disimular.

Al acercarse á mi lado brindandome con una silla, rehusé sentarme, y ela me preguntó brusca- mente :

- ¿Quereis tener la bondad de decirme, caba- llero, si se ha hallado á esa muchacha ?... i porque se ha fugado!

-¡Que se ha fugado! repeti.

-¡Si! lo ha abandonado, respondió miss Dart- le, sonriendo amargamente; si no se ha encontra- do á estas horas, tal vez no se encuentre mas... Puede ser muy bien que haya muerto.

La crueldad de su mirada me hizo daño, y le respondi :

- ¡Descar que haya muerto! es lo mas carita- tivo que puede desearle una persona de su sexo. ¡Tengo una gran satisfaccion, miss Dartle, en que el tiempo os haya dulcificado hasta tal punto!

No se dignó responder á mis irónicas palabras, v añadió sonriendo de nuevo con amargura :

-Los amigos de esa excelente, cuanto infortu- nada jóven, son vuestros amigos. Sois su campeon, el defensor de sus derechos... ¿quereis conocer lo que se ha podido saber de ella?

- Si, respondi.

Miss Dartle, se levantó sin dejar su actitud desde- ñosa, y dirigiéndose á un seto de acebos que sepa- raba el cesped de la huerta, dijo con fuerte acento y como si llamase à una criatura inmunda :; Ve- nid aqui!

- Espero, me dijo, volviéndose hácia mi, que reprimireis todla demostracion de côlera ó de ven- ganza, Mr. Copperfield.

Hice un saludo de asentimiento sin compren- derla, y repitió : ; Venid aqui!

Un momento despues apareció el respetable Mr. Littlimer, que se deseubrió para saludarme, per- maneciendo detrás de la silla de miss Dartle.

La malignidad y el amargo triunfo que rebosaba la fisonomía de esta jóven, me parecieron dignos de una de esas crueles princesas de las leyendas populares.

- Ahora, dijo imperiosamente á Littimer sin mirarlo, y excitada mas bien por el placer que por el dolor, akora eontad lo que sabeis à Mr. Copperfield.

-Mr. James y yo, señora...

- No os dirijais á mi, dijo ella interrumpién- dole.

- Mr. James y yo, caballero...

- Ni á mi tampoco, si os place, le dije.

Mr. Littimer, sin desconcertarse, manifestó con una ligera reverencia que se adaptaba á nuestros descos, y empczó su relato en estos términos:

- Mr. James y yo hemos viajado en union de la jóven, desde el dia en que esta abandonó á Yar- mouth bajo la proteccion de Mr. James. Hlemos visitado muchas naciones y ciudades : Francia, Suiza, Italia... un poco en todas partes. Mr. James estaba perdidamente enamorado de la jóven, y ha sido mas fiel å esta pasion que á cuantas le he co- nocido desde que estoy á su servicio. La jóven se habia aplicado al estudio de los idiomas, y no era ya una provinciana, sino una elegante señorita que admiraban do quiera se presentaba.

Miss Dartle llevó la mano à su corazon, y sor- prendi á Littimer que la miraba sonriendo.