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DAVID COPPERFIELD.

haberse trasladado al lado de su padre para notifi- carle lo que habia sucedido, con las precauciones que réquerian su inquietud y su salud debili- tada.

Ademas era necesario no perder de vista á Uriah, y Traddles se encargó de esta vigilancia, esperando á que Mr. Dick viniese á relevarlo; de modo que únicamente mi tia, Mr. Dick y yo nos trasladamos á casa de Mr. Micawber.

Al abandonar á Inés, que acababa de ser salvada de un porvenir fatal, daba gracias al cielo por ha- berme hecho conocer, i costa de los malos dias de mi juventud, al que habia desenmascarado al miserable Uriah.

El domieilio de Mr. Micawber no estaba lejos, y como la puerta de la calle se abria en el salon de la planta baja, Mr. Micawher se preeipitó eon su impetuosidad habitual y nos encontramos de impro- viso en el seno de aquella familia.

Mr. Mieawber se arrojó en los brazos de su es- posa gritando :

- ¡Emma de mi corazon!

Mistress Micawber lo estrechó contra su pecho llo- rando; miss Micawber, que mecia al recien nacido, se conmovió profundamente; el primogénito tuvo lambien un acceso de debilidad, á pesar del aspecto lúgubre que le habia dado una série de decepciones que turbaron sus primeros pasos en la sociedad; los dos gemelos hicieron sus demostraciones ino- centes, y el último vástago tendió sus bracitos há- cia los autores de sus dias.

- Emma, dijo Mr. Micawber, el mublado se ha desvanecido; mi cspiritu está lúcido y libre. Nues- tra mútua confianza queda de nuevo fundada... y para siempre. ;Salud! lú, la pobreza, ;salud! des- gracia, hambre, harapos, tempestades y vida erran- te de los mendigos; ¡la confianza mútua nos sos- tendri hasta el fin!

Despues, separándose de mistress Micawber, abrazó sucesivamente á todos sus hijos repitiéndo- les este saludo, que no crei los alegraba mucho, como tampoco la conclusion:

- Hijos mios, podeis ir á cantar una balada en coro por las calles de Cantorbery; ;es el único medio de subsistencia que os queda!

Mistress Micawber se desmayó; pero cuando re- cobró el conocimiento y fué presentada á mi tia, respondió con la cmocion de un corazon de madre á las proguntas que la hicieron sobre sus hijos de ambos sexos.

- Teneis ahi todo un hombrecito, dijo mi tia señalando al mayor.

- ¡Ah! señora, dijo Mr. Micawber tomando la palabra en vez de su esposa; al venir aqui habia des- tinado á Wilkins á la iglesia, o por ser mas preci- so, al coro; pero no hay ninguna plaza de tenor vacante en la respetable catedral de esta ciudad insigne... y Wilkins ha tomado la costumbre de cantar mas en las tabernas que en los edificios del culto.

- Pero tiene buenas intenciones, dijo mistress Micawber tiernamente.

- Amiga mia, replicó su marido, confirmo que sus intenciones son excelentes; pero no he visto lodavia que, les haya dado alguna direccion.

El primogénito de los Mieawber se encubrió con su aire lúgubre y dijo no sin cierta razon :

- ¿Qué puedo hacer yo, padre mio? Tanto he nacido carpintero ó pintor de coches como pájaro. ¿ Puedo abrir una botica? Puedo ir al foro á pro- clamarme abogado? Puedo estrenarme en la úpera italiana à la fuerza? ¿Qué puedo hacer, en una palabra, sin haberlo aprendido antes?

Mi tia reflexionó un instante y dijo :

- ¡Mr. Micawber, me admira que no os haya cruzado nunca por las mientes la idea de la emi- gracion!

- Señora, respondió Mr. Micawber, ha sido el ensucño de mi juventud y la falaz ambicion de mi edad madura.

Estoy seguro, y sea dicho de paso, que no habia pensado en su vida tal cosa.

- Pues bien, dijo mi tia dirigiéndome una mi- rada significativa, si emigraseis ahora à la Austra- lia, con vuestra esposa é hijos, seria una fortuna para vosotros.

- El capital, señora, el capital, dijo Mr. Micaw- ber frunciendo las cejas.

- ¡El capital! continuó mi tia; pero nos hareis un gran serviecio... es mas, nos lo habeis hecho ya, porque salvaremos mucho del incendio... y no veo el por qué no os procurariamos el capital nece- sario.

- No lo recibiria como don, dijo Mr. Micawber animándose basta el entusiasmo; pero si me ade- lantasen una suma suficiente... por ejemplo, á cin- co por ciento de interés, con mi firma y mis pagarés á doce, diez y ocho y veinticuatro meses, para darme el tiempo...

- Magnillco, reflexionadlo, prosiguió mi tia; se