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DAVID COPPERFIELD.

fortuna habia sido realmente sustraida por vuestro padre, no he dicho una palabra... ni aun á Trot, que hiciese presumir que era aqui donde la habia depositado. Pero ahora que sé que este canalla es responsable... la quiero, la necesito; Trot, haced que me la devuelva.

Pude imaginarme que mi tia suponia su fortuna en la corbata de Uriah, segun el modo con que se colgaba de ella, á riesgo de estrangularlo.

Me interpuse para asegurarla que se le haria de- volver todo lo que habia adquirido fraudulenta- mente, y mi tia se calmó despues de reflexionar, pero sin mostrarse descontenta de lo que habia hecho obedeciendo á un primer impulso.

La madre de Uriah, que este no podia obligar mas á permanecer tranquila, se arrojó á nuestras plantas pidiéndonos misericordia.

- ¿Qué se quiere de mi? preguntó Uriah con actitud sombria y brutal.

- Voy á deciroslo, respondió Traddles, del cual no habia reconocido justamente hasta este dia el buen sentido, el juicio práctico y la presencia de espíritu. Ante todo, continuó, vais á remitirnos inmediatamente el acta ó proyecto por el cual Mr. Wickfield os cede todos sus derechos sobre el estu- dio; despues, para prepararos á restituir todo aque- llo de que se ha apoderado vuestra rapacidad, dejareis en nuestras manos vuestros registros, vuestros libros y papeles, todo, en una palabra.

- Lo reflexionaré, dijo Uriah.

- Ciertamente, respondió Traddles; pero espe- rando que todo esté segun nuestro deseo, exigimos que permanezcais en vuestra habitacion sin comu- nicacion de ninguna especie y sin excepcion de per- sonas.

- Me niego á semejante cosa! exclamó Uriah con un juramento de furor.

- Perfectamente, prosiguió Traddles; en ese caso, la prision de Maidstone es un sitio de deten- cion mucho mas seguro que el que os propongo. Sé que la justicia tardará mas tiempo en satisfa- cernos, y tal vez no nos satisfaga de un modo tan completo como vos podeis hacerlo; pero en cambio tiene el derecho de castigaros... Querido señor mio, no lo ignorais por eierto. Copperfield, id á Guil- dhall y traed con vos dos agentes de policía.

Mistress lHeep se arrojó llorando å los piés de Inés, diciendo que su hijo seria muy humilde (lo que se realizaba), y conjurándola á interceder por él. ¿Qué hubiera hecho Uriah si hubiese tenido la audacia que le faltaba? No lo sé. Lo mismo seria preguntar qué haria un perrillo si tuviese el valor de un tigre.

Era un cobarde bribon, cobarde desde los piés á la cabeza.

- Deteneos, me dijo, y vos, madre, callaos; puesto que es necesario, tendrán el acta que pi- den; sabeis donde está, id á buscarla vos misma.

- Mr. Dick, ayudad á esa señora, si os place, dijo Traddles.

Orgulloso de su comision, Mr. Dick, que la com- prendió perfectamente, acompañó á mistress Heep como un mastin podria acompañar á una oveja.

Pero mistress Heep no le dió mucho trabajo, porque volvió ella misma con la caja donde estaba el acta reclamada, y con un libro de banca y otros papeles que nos sirvieron mas tarde.

- Está muy bien, dijo Traddles. Ahora, Mr. Heep, podeis retiraros á meditar, aunque os lo declaro en nombre de todas las personas aqui pre- sentes, no hay mas que una cosa que hacer... y cuanto mas pronto mejor será.

Uriah, sin levantar los ojos, con la barba enlre sus dedos, me dijo antes de salir :

- Copperfield, sé á quién debo estar agradecido por todo esto. Hace mucho tiempo que nos abor- recemos; siempre habeis sido mi enemigo.

- ¡Uriah! le contesté, acusaos vos mismo, y recordad que uno se pierde con frecuencia por exceso de astucia y por los descos inmodlerados.

- Gracias por el consejo, replicó; y teniendo necesidad de proferir otra anmenaza : ; Micawber! añadió volviéndose hácia este con un gesto signifi- cativo, ; arreglaremos nuestras cuentas!

Por mas pródigo de palabras que fuese Micaw- ber, esta vez se contentó con mirarlo y alejarse con un aire de soberano desprecio, y habiéndose prometido concluir su papel con la escena final, nos invitó á asistir á la reconciliacion doméstica entre él y mistress Micawber.

- El velo extendido entre mistress Micawber y yo se ha rasgado linalmente, dijo. Mis hijos y el. autor de sus dias podrán ponerse de nuevo en con- tacto bajo condiciones iguales.

Estábamos muy agradecidos i lo que habia he- cho, y deseosos de probárselo (tanto como la emo- cion que nos agitaba nos lo permitia ), para no lisongear aun sobre este punto su necesidad de ponerse en escena.

Le hubiéramos seguido todos si Inés no debiera