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DAVID COPPERFIELD.

volviéndose amable por algunos minutos; pero de pronto el instinto se revelaba, y empezaban los gruñidos y aullidos de tal modo, que era necesa- rio taparle los ojos y encerrarlo en la estufilla.

Cansada de guerra tan tenaz, cada vez que mi tia llamaba á la puerta de las scñoritas Spenlow, Dora envolvia á Jip en una servilleta y lo encerra- ba en la estufilla todo el tiempo de la visita.

Una cosa sola me disgustaba, á pesar de estos pacificos arreglos, y es que Dora parecia, por un unánime consentimiento, que cra mirada como un bonito juguete.

Mi tia, con la que se familiarizó insensiblemente, la llamaba su florecita.

La distraccion de miss Lavinia consistia en ocu- parse de ella: rizarle los cabellos, prepararle sus aderezos, tratarla, en fin, como á una niña mi- mada.

Lo que hacia miss Lavinia lo hacia tambien, na- turalmente, su hermana, y pensaba con frecuencia que trataban á Dora como Dora trataba á Jip.

Me decidi á hablar á Dora de esto, y un dia que nos paseábamos juntos, porque es necesario adver- tir que despues de algun tiempo obtuvimos et per- miso de miss Lavinia para salir solos, le manifesté que descaria la tratasen de otro modo.

- Porque, querida mia, añadi gravemente, ya no sois una niña.

- Vamos, respondió Dora, ¿vais á poneros de monos?

- ¿Cómo de monos, amada mia?

- Estoy segura de que son muy buenas para conmigo, y soy dichosa.

- No digo lo contrario; pero podriais ser tan dichosa aunque os tratasen como criatura racional.

Dora me dirigió una mirada de reproche... una mirada tentadora, y luego se echó á gimotear di- ciéndome :

- Si ya no me amais, ¿por qué haberos mos- trado tan apasionado, tan propicio á prometer amarme siempre? Y si he cesado de agradaros, ¿por qué no os retirais?

¿Podia dejar correr aquellas lágrimas sin secar- las con mis labios y repetirle que la adoraba?

- Me parece que soy afectuosa, dijo Dora; vos no deberiais ser cruel para conmigo, David.

- ¡Cruel! ;alma de mi vida, como si yo qui- siera, ni pudiera ser cruel con vos por nada del mundo! - Entonces no me regañeis, David, y seré jui- ciosa, añadió Dora haciendo el gracioso mohin que le era peculiar.

Un momento despues me pidió el manual de cocina de que le hahia hablado, y me rogó le en- señase las cuentas como le habia ofrecido.

El sábado siguiente le llevé el volúmen, que ha- bia hecho encuadernar con elegancia para hacerlo mas seductor, y ademas un cuaderno, en forma de album, con una preciosa caja de lapiceros.

Dejé á Dora, por modelo, un libro viejo de cuen- las de mi tia... pero el manual de cocina le pro- dujo una fuerte jaqueca, y los números la hicieron llorar, pues decia : « Que no querian sumarse. »

Mi cuaderno le sirvió para dibujar florecitas y hacer croquis de Jip ó mios.

Sin embargo, trataba de darle lecciones verbales sobre el modo de cuidar una casa; por ejemplo, si en nuestro paseo del sibado nos encontrábamos ante una carnicería, le preguntaba :

- Mi querida Dora, supongamos que estamos casados y deseais comprar unas chulelas de car- nero para la comida; cómo os arreglariais?

Mi honita Dora me miraba con tristeza y hacia el mohin habilual, como si estuviese mas dispuesta á concederme un beso que una contestacion.

- ¿Sabriais comprar una chuleta de carnero, amada mia? repetia yo, si por casualidad me obs- tinaba en mi leccion.

Dora reflexionaba un momento, y despues repli- caba con aire de triunfo:

- Me parece que bastaria con que el carnicero quisiera venderla; no es cierto, señor mio?

Otra vez, á propósito del manual de cocina, pre- gunté á Dora cómo se compondria para hacer un estofado.

- ¿Cómo? replicó ella; nada mas fácil. Diria á mi cocinera : Hacednos un estofado.

Y se aplaudia ella misma por haber encontrado este medio, sonriendo deliciosamente de mi atur- dimiento.

Por lo tanto, el manual de cocina se convirtió principalmente en un pedestal donde Jip, cuando habia cometido alguna falta, estaba condenado á sentarse, con un lápiz entre los dientes, mas inmó- vil que si fuera de piedra; y esto ponia á Dora de tan buen humor, que no sentia el dinero que habia gastado en el volúmen y los lapiceros.

Despues volvimos á la guitarra, á las romanzas y al baile francés, etc.

Hubiese querido tener el valor de declarar á