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DAVID COPPERFIELD.

criada nos introdujo en un agradable saloneito de la planta baja, donde busqué en vano algun indi- cio de la presencia de Dora; me pareció escuchar, à lo lejos, un ladrido de Jip... Pero, en cste mo- mento, entraron dos señoras ancianas que saludé con la torpeza de un colegial, reconociendo un pa- recido de familia entre el difunto Mr. Spenlow y sus pequeñas personalidades, delgadas, tranquilas y formales.

- Sentaos, por favor, dijo una de las dos se- ñoras.

Queriendo obedecerlas, estuve á punto de caer- me sobre Traddles, pisé la cola del gato tendido ante mi sillon, y no recobré mi ánimo hasta que hube notado que me tomaban por Traddles, y á Traddles por mi.

Me apresuré á reclamar mi identidad, temiendo el enfadoso efecto que produciria la cabellera de mi amigo, que desde que se quitó el sombrero, recordaba el enderezamiento súbito de esas fantás- licas figuras comprimidas por la tapa de una pre- tendida tabaquera.

Un ladrido de Jip, mas distinto esta vez, contri- buyó á darme un poco de osadia, y contemplé á las dos hermanas. Evidentemente habian sido ma- yores que su difunto hermano, con una diferencia de seis á ocho años entre la mas anciana de las dos y la mas jóven.

Esta debia ser la encargada de seguir la conver- sacion, porque dirigió la palabra á Traddles, que tomaba por mi, y tenia una carta en la mano que reconoci por la mia, y á la que lanzaba de tiempo en tiempo una mirada, á través de sus anteojos.

- Mr. Copperfield, dijo la otra hermana inter- viniendo en la conversacion, para restituirme mi personalidad, mi hermana Lavinia está mas al cor- riente que yo de este género de asuntos, y os co- municará lo que juzgamos mas conveniente para la felicidad de entrambos.

Mas tarde descubri que miss Lavinia cra una autoridad en los asuntos de corazon, por haber existido en otro tiempo un cierto Mr. Pidger, que jugaba al whist, y que, segun decian, fué su novio.

Mi opinion particular es que esto era una mera suposicion, y Pidger no tuvo en su vida un senti- miento parecido, que no manifestó nunca de nin- gun modo. Miss Lavinia y miss Clarisa conservaban la su- persticiosa idea de que Pidger hubiese declarado su pasion si no hubiera muerto jóven todavía, á los sesenta años, despues de haber destruido su salud abusando de las bebidas alcohólicas, y haber usa- do con el mismo exceso del agua de Bath para res- tablecerse.

Aun sospechaban que habia muerto de un amor sofocado; pero debo decir, en honor de la verdad, que segun un retrato que conservaban del citado Mr. Pidger, tenia una nariz demasiado carmesi para que esta pasion desgraciada hubiese influido sobre su color, como sobre el de la jóven de que habla Shakspeare.

- Mr. Copperfield, dijo á su vez miss Lavinia, no volveremos al pasado, pues la muerte de nues- tro querido Francisco lo ha borrado todo.

- No teniamos freeuentes relaciones con nues- tro hermano Francisco, dijo miss Clarisa, pero no existia division ó desunion decidida. Franciseo se- guia su camino; nosotras seguiamos el nuestro; consideramos que seria mas seguro para la dicha de todos el que fuese asi, y asi fué.

Las dos hermanas se inclinaban un poco hácia adelante para hablar, sacudian la cabeza despues de haber hablado y se erguian con tiesura. Miss Clarisa no movia nunca sus brazos cruzados, con- tentándose con tocar marchas ó minués, con los dedos sobre los codos, como sobre un teclado, pero sin hacer otro movimiento, ni cambiar de actitud.

- La posicion natural de nuestra sobrina ha cambiado mucho con la muerte de nuestro her- mano, dijo miss Lavinia, y por lo tanto, conside- ramos cambiadas tambien las opiniones relativas á la posicion de su hija. No dudamos, ó mejor dicho, estamos persuadidas de que teneis un verdadero cariño por nuestra sobrina...

Respondi, como lo hacia siempre que encontra- ba ocasion, que nadie habia sido amado como yo amaba á Dora, y Traddles vino en mi ayuda con un murmullo de asentimiento.

Miss Lavinia iba á decir algo, cuando miss Cla- risa, que parecia hallarse atormentada continua- mente por el deseo de introducir agravios contra su hermano Francisco, intervino de nuevo di- ciendo :

- Si la mamå de Dora, al casarse con nuestro Francisco, hubiese declarado para siempre que no habia puesto para la familia en el banquete de bo- das, hubiese sido mucho mejor para la felicidad de todos.