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DAVID COPPERFIELD.

En aquella época Julia Mills y su diario eran mi único consuelo. ¡Cuán dulce me era al verla, pen- sar que se habia hallado junto á Dora, de quien apenas se separaba! ;qué encanto leer el nombre ó las iniciales de Dora! qué voluptuosidad en ha- cerme aun mas desgraciado en aquellas entrevistas! Se me figuraba que hasta entonces habia vivido en un castillo de naipes que acabana de caerse, no dejando en pié mas que á miss Julia y á mi, en- vueltos entre sus ruinas. Aquello era lo mismo que si un mago negro hubiese trazado un circulo má- gico alrededor de la inocente diosa de mi corazon. -Y para salvar el circulo fatal, solo tenia en reali- dad aquellas rápidas alas del viejo de la guadaña, que sostiene el mundo entero entre sus alas.

XV
LA SOCIEDAD DE MR. WICKFIELD Y DE HEEP.

Mi tia empezó á sobresaltarse segun imagino, por mi descsperacion prolongada, y pretestando que queria saber lo que ocurria en su casa de cam- po de Douvres, me envió con los poderes necesarios para renovar el arrendamiento si el inquilino era razonable.

Su fiel criada habia pasado al servicio del doctor Strong y no habitaba en Douvres, donde hubiese acabado como las demas eriadas de mi tia, á haber hallado un piloto de su gusto que la pidiese en ma- trimonio.

Aunque me fué preciso violentarme para renun- ciar å ver á miss Julia Mills durante algunos dias, me armé de valor, y obtuve un permiso de Mr. Jor- kins, que .me lo acordó con tanta mayor facilidad, cuanto los negocios de la casa habian disminuido desde la muerle de su socio, en razon á que le fal- taba su actividad y aquellos modales deslumbrado- res que tanto imponian á algunos de los clientes. Al verle tomar continuamente rapé de España y dejar que las cosas siguiesen su curso natural, sin temer la concurrencia, senti mas que nunca las mil libras esterlinas de mi tia.

Todo estaba perfectamente en Douvres. Crei so- bre todo encantar á mi tia, escribiéndola que su sucesor habia heredado su antipatia, y hacia una guerra sin tregua á los borricos. Despues de haber arreglado satisfactoriamente los negocios que me llevaron á Douvres, abandoné aquella ciudad al poco de breves dias, y regresé à Cantorbery.

Me pareció, al entrar una mañanita temprano por las puertas de la ciudad, que la tranquilidad de sus antiguas calles, apaciguaba ya mi imagina- cion y consolaba mi alma, como si la dulce influen- eia que atribuia á la presencia de Inés, trasmi- tiếndose á los mismos lugares que ella habitaba, añadiese algo á la impresion solemne que causan la vetusta catedral, las plácidas viviendas que com- ponen su recinto exterior, el musgo y la yedra que crecen por entre sus grietas, las casas seculares que se hallan á cada paso, el carácter, en fin, del paisaje agreste y pastoril, en medio del cual reposa la augusta metrópoli del condado de Kent.

En la casa de Mr. Wickficld, la piececilla del piso bajo donde en otro tiempo trabajaba humilde- mente Uriah lHeep, se hallaba ocupada á la sazon por Mr. Micawber, convertido en pasante, y que cumplia perfectamente con su obligacion. Recibió- me cordialmente, y noté que su nuevo empleo no le habia hecho ser menos ampuloso; tuvo cuidado de decirme dos ó tres veces, por via de paréntesis, que sus funciones eran puramente de confianza, y le exigian la mayor discrecion, incluso conmigo, á quien en otro tiempo comunieaba solicito todos sus seeretos. Contentéme, sin embargo, pregun- Lindole por las personas de la casa en general.

- Querido Copperficld, me dijo, un hombre que ha experimentado tantos disgustos pecuniarios como yo, no ocupa naturalmente el mejor puesto en sus relaciones con un amo como mi amo y amigo Heep... Le llamo amigo, porque dejándose llevar de su buen corazon, me ha adelantado mas de una vez mi paga antes de que se me debiese.

Me pareció que Mr. Micawber queria prevenir asi cualquiera pregunta que hubiera podido diri- girle acerca de su patron ó amigo, y me apresuré á asegurarle que no tenia ánimo de poner á prue- ba su discrecion. Entonces, de las alabanzas equi- vocas de Uriah, pasó, casi sin transicion, á alabar á Inés, asunto sobre el cual habló con mas natura- lidad.

- Miss Wickfield es, os lo declaro, querido Cop- perficld, una persona superior, dechado de virtud y perfecciones. Por mi honor, añadió con aire de suprema galanteria, rindo homenaje á miss Wick- field!