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DAVID COPPERFIELD.

el regreso de miss Spenlow, que habia ido á pasar algunos dias con miss Julia Mills, me pareció que miss Dora justificaba mis primeras sospechas; asi, pues, espié mas y mas á miss Spenlow.

¡Pobre y querida Dora que no sospechaba que tenia encima aquella vista de dragon!...

- Sin embargo, continuó miss Murdstone, no he tenido prucbas hasta ayer noche : sospeché que miss Spenlow recibia demasiadas cartas de miss Julia, que era su amiga con el consentimiento de su padre (otro arañazo á Mr. Spenlow), y por lo tanto yo no debia intervenir; ya que no me es permitido aludir á la depravacion natural del cora- zon humano, puedo... es mas, debo estar autori- zada á aludir à una confianza mal colocada.

Mr. Spenlow murmuró en voz baja su asenti- miento, y miss Murdstone añadió:

- Ayer noche, despues del té, observé al perri- llo que se ocupaba en jugar con un objeto por el saton; dije á miss Spenlow: « Dora, ¿qué es lo que tiene el perro en el hocico? es un papel. » Miss Spenlow se llevó la mano al bolsillo inmediata- mente, exhaló un grito y corrió al perro. Me ade- lanté diciéndola : « Dora, hija mia, permitidme... »

¡Oh! Jip, miserable faldero, aquella catástrofe fué, pues, vuestra obra!

- Miss Spenlow, dijo miss Murdstone, trató de seducirme á fuerza de caricias, de corromperme con regalos, cte. Pasemos esto en silencio. El per- ro, por su parte, se habia eseondido debajo del solá al acercarme yo, y fué preciso echar mano de. la badila y las tenazas para echarlo de alli; no queria soltar la carta de entre los dientes, y me apoderé de ella exponiéndome á que me mordiese: dueña, en fin, de semejante documento, lo lei, y habiendo reñido á miss Dora por estar en posesion de semejantes eartas, obtuve el paquete, el mismo que habeis entregado á David Copperfield.

Despues de este relato, miss Murdstone cerró su ridiculo y apretó los dientes poniendo una cara que queria decir : ¡ Pueden destrozarme, pero doblegar- me, eso jamás!

- Habeis oido á miss Murdstone, dijo Mr. Spen- low volviéndose hácia mi, ¿qué leneis que respon- der, Mr. Copperfield?

Aquella escena me habia dejado enteramente cortado.

¡Cómo! aquella infame mujer habia podido cau- sår miedo al querido tesoro de mi alma; habia de- jado á Dora anegada en llato, tal vez sumida en la desesperacion... En vano quise dominar mi emo- cion.

- Señor, respondi, no tengo nada que decir, sino que soy el único culpable. Dora...

- Miss Spenlow, señor mio, replicó el padre majestuosamente.

- Miss Spenlow, añadi soportando aquella fria calificacion, si miss Spenlow os lo ha ocultado ha sido porque yo la he persuadido que era preciso guardar el secreto... lo siento en el alma!

- Mereceis graves reproches, caballero, dijo Mr. Spenlow con la solemnidad de un juez, habeis cometido una accion culpable y fraudulenta, señor Copperfield. Cuando recibo en mi casa un hombre honrado, ya tenga diez y nueve años, veinte y nueve ú ochenta, le acuerdo una confianza leal; si abusa de ella, comete un acto contra el honor.

- Ahora lo comprendo, os lo aseguro; pero no habia pensado antes de ahora; os lo declaro since- ramente y á fuer de hombre honrado, Mr. Spen- low; ;amo tanto á miss Speniow!...

- ¡ Bah! qué absurdo! dijo Mr. Spenlow ru- borizándose ; os suplico que no digais en mi pre- sencia que quereis á mi hija, señor mio.

- ¿Cómo podria justificar mi conducta si no la quisiese? repliqué humildemente.

- ¿Podeis acaso justificarla queriéndola? excla- mó bruscamente Mr. Spenlow; ¿ habeis reflexio- nado en vuestra edad y en la de mi hija? ¿ Habeis pensado en lo grave que es minar la confianza entre mi hija y yo? IHabeis examinado el rango y la fortuna de mi hija, los proyectos que puedo tener para su colocacion, mis disposiciones testamenta- rias respecto á ella? ¿ Habeis considerado todo esto, Mr. Copperficld?

- Os aseguro, señor, que vuestra hija y yo nos habiamos hablado y escrito antes de que os hubiese explicado mi cambio de fortuna; desde ese dia no he retrocedido delante de ningun esfuerzo, delante de ningun trabajo para modificar y mejorar mi porvenir; creo conseguirlo con el tiempo; si, aco- dadme un plazo, el que querais... somos aun tan jóvenes ella y yo...

- Teneis razon, interrumpió de nuevo Mr. Spen- low arrugando el entrecejo, ambos sois muy jóve- nes; que acabe esa niñeria; quemad esas cartas, devolvedme las de miss Spenlow, que me encargo de hacer desaparccer, y aunque en adelante no debamos vernos sino en el despacho ó en el tribu- nal, estaremos de acuerdo no hablando del pasado: