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DAVID COPPERFIELD.

habló de Dora! Escuchó con sumo agrado que le alabase sus encantadoras cualidades, y con su pura luz parecia arrojar cierto reflejo divino sobre aque- lla imágen adorada, evocada asi cerca de clla! ¡Oh! ¡Inés, hermana de mi infancia, si hubiera sabido entonces lo que solo supe mucho des- pues !...

Cuando me separé de ella habia un pobre en la calle, y al mismo tiempo que me volvia hácia la ventana, pensando en la tierna y celeste expresion de su mirada, me hizo estremecer, murmurando á mi oido como un eco, las palabras que me habian dirigido aquella misma mañana.

- Ciego! ;ciego! ;ciego!

XII
ENTUSIASMO.

A la mañana siguiente, despues de otro baño frio, me senti animado de toda clase de valor; ya no temia los fraques raidos, y no echaba de menos los ligeros corceles de paseo.

Mi única ambicion era probar á mi tia que sus bondades pasadas no habian sido prodigadas á un ingrato, al mismo tiempo que aspiraba á la mano de Dora, trabajando tenazmente.

Dirigime á Highgate, y viendo en el camino un peon caminero que partia piedra, casi me dieron ganas de suplicarle que me prestara su pesado martillo, para esayar si, en caso de necesidad, tan penoso trabajo seria superior á mis fuerzas. Hubie- ra conquistado orgullosamente i Dora, á través el granito de una montaña.

Una casila muy modesta llamó mi atencion; de una de las ventanas colgaba un rótulo, que hacia saber que se alquilaba. La visité, pensando que un dia seria una morada encantadora para mi bella, para mi y Jip, que ladraria á sus anchas en el jar- din, protegido por una verja de hierro; en el pri- mer piso habia una soberbia habitacion para mi tia. Mi ambicion se reducia á ser el inquilino de aquella rústica morada.

Busqué en Highgate, no la residencia de mistress Steerforth, sino la elegante casa de campo que ha- bia adquirido el doctor Strong, y que habitaba hacia algun tiempo, para poder realizar en fin sus proyectos de aislamiento y de estudio.

Halléle siempre el mismo. Recientemente habia procurado un excelente empleo, en Lóndres, al primo Jack Maldon. Me ofreei á él como secreta- rio, habiendo sabido por Inés que deseaba una plu- ma facil, para escribir al dictado algunas horas por dia.

Por mas que se tratase de su famoso Diccionario de raices griegas, tuvo la amabilidad de responder- me que mis estudios clásicos me llamaban á un puesto mas importante; pero enterado de los mo- livos que me obligaban i buscar aquella humilde colocacion, cl generoso doclor sintió sobre todo que el sueldo que podia ofrecerme fuese reducido, pero añadió que tenia la intencion de indemnizar á su colaborador con algunas gratificaciones.

A fin de conciliar mi pasantia con aquella ocu- pacion suplementaria, iba á escribir á su casa dos horas por dia, muy temprano, y por la noche re- dactaba en mi easa el trabajo del dia siguiente; me daba asueto todos los sábados, y, como el permiso del såbado era independiente del de los domin- gos, creia que cl doctor me pagalba generosamente, dándome setenta libras esterlinas al año.

Sin embargo, cl primo Maldon, que habia pro- visionalmente ocupado este puesto, no lo hallaba suficientemente retribuido, aunque, gracias á su poca exactitud, los asuetos se prolongaban dema- siado.

Al menos yo tuve la satisfacecion de oir decir va- rias veces á mi querido maestro, que tenia en mi un secretario tan concienzudo como inteligente. A las einco de la mañana estaba en mi puesto, que aban- donaba á las siete, y llevaba exactamente lo dictado la vispera, puesto en limpio.

Pero no era bastante para mi ardor. Aprove- chéme de mi primer asueto para ir á buscar á Trad- dles, que vivia en Castle-Street.

Llevé conmigo á Mr. Dick que me habia acom- pañado dos veces à Highgate, donde habia reanuda- do conocimiento con el doctor Strong.

Llevéle conmigo, porque cada vez mas afectlado de las desgracias de mi tia, y persuadido que yo trabajaba mas que un galeote, empezaba á impa- cientarse de no tener nada que hacer, y no se sentia con fuerzas para acabar su memoria, en la que la cabeza de Cárlos I salia á cada paso.

Temiendo sériamente que enmpeorase su enfer- medad, si merced á algun artiflicio inocente, no le