Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/237

Esta página no ha sido corregida

225
DAVID COPPERFIELD.

replicó Mr. Jorkins con un gesto nervioso, que no podré acceder á vuestras miras... el caso es que... pero tengo una cita en el Banco... tened la bon- dad de dispensarme.

A esto se levantó con aire apresurado y se diri- gió á la puerta, cuando me aventuré à decir:

- ¿No hay medio alguno de arreglar el ne- gocio?

- No, respondió Mr. Jorkins, que se paró á la puerta meneando la cabeza; oh! no, yo no con- siento, y si Mr. Spenlow se opone...

- Personalmente no rehusa, señor, respondi yo.

- ¡Ah! ;personalmente! repitió Mr. Jorkins con acento de impaciencia. Os aseguro, Mr. Copper- field, que la cosa es imposible! Lo siento muchisi- mo... pero... realmente tengo una cita en el Banco.

Y Mr. Jorkins se fué corriendo : creo que no apareció por el estudio durante tres dias.

No queriendo descuidar nada, esperé á que vol- viese Mr. Spenlow para contarle lo que habia su- cedido, dándole á entender que aun abrigaba algu- na esperanza, si queria ayudarme, de enternecer el corazon de roca de Mr. Jorkins.

- Copperfield, replicó Mr. Spenlow con una mirada investigadora, no conoceis mi socio como yo. Lejos de mi atribuir el menor artificio á Mr. Jorkins; pero Mr. Jorkins tiene un modo de rehu- sar que engaña frecuentemente á la gente, creedme.

Grande fué mi perplejidad para decidir cuál de los dos socios era en definitiva el mas obstinado; pero ví claramente que uno de los dos persistia en la negativa, y que era preciso no pensar en reco- brar las mil libras esterlinas de mi tia.

Me alejé del despacho llevando aquella triste conviccion, y me volvia á mi casa sumamente pre- ocupado del porvenir, cuando un coche que me seguia se paró á mi lado y me sacó de mis medita- ciones.

Miré y vi que me alargaban una mano por la portezuela, y se me presentó un rostro que no ha- bia visto nunca sin un sentimiento de felicidad y de calma.

- Inés ! exclamé entusiasmado, oh, mi que- rida Inés, qué placer! ;sois justamente la persona que mas deseaba ver en el mundo!

- ¿Es verdad eso? me dijo ella con su dulce voz.

- Tengo tantas cosas que deciros! y luego, ¡vuestra sola presencia aligera de tal modo el peso que tengo sobre el corazon! Si poseyese la varita mágica, vos sois la que hubiera llamado á mi lado.

- ¿Yo sola? replicó Inés.

- ¡Vaya! si quereis, Dora primeramente.

- Dora ciertamente, dijo Inés sonriendo.

- Si, pero en seguida vos, os lo juro... A dón- de vais?

- A yuestra casa... i ver á vuestra tia.

El cielo estaba espléndido consintió en bajar del coche y darme el brazo.

Despedí al cochero y nos fuimos juntos.

Tenia á mi lado la Esperanza encarnada en ella misma.

¡Qué transformacion experimenté en un mi- nuto!

Mi tia habia escrito á Inés una de esas cartas lacónicas y raras a que se limitaban sus esfuerzos epistolares. Le participaba el cambio de su fortuna y su salida de Douvres, añadiendo que suplicaba á sus amigos que no pasasen ninguna inquietud por ella.

Inés habia acudido á Lóndres, porque entre ellas existia una intimidad que databa del dia en que fui el huésped de Mr. Wickfield.

Inés no habia venido sola : su padre y Uriah Heep la acompañaron en el viaje.

- ¿Es decir que ya están asociados? le pregun- té; que el cielo le confunda !

- Si, tenian un negocio aquí y he aprovechado esta ocasion para venir con ellos; no creais mi vi- sita completamente desinteresada; pues os confieso que no me gusta dejar á mi padre á solas con Uriah.

- ¿Ejerce siempre la misma influencia sobre Mr. Wickfield?

Inés meneó la cabeza.

- Han sobrevenido tales cambios en la casa, que no la conoceriais, me contestó; viven con nos- otros ahora.

-¿Quiénes?

- Mr. Heep y su madre : él ocupa vuestro an- tiguo cuarto...

- Quisiera componer sus sueños, exclamé; no dormiria mucho tiempo.

- He conservado mi cuartito, prosiguió Inés, aquel donde aprendia mis lecciones. ;Cómo pasa el tiempo! os acordais de aquel gabinete que da al salon?

- ¿ Que si me acuerdo de él, Inés? Aun me pa- rece estaros viendo con vuestro manojo de llaves.

- Me alegro infinito que hayais conservado aquel recuerdo. Entonces éramos felices.