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DAVID COPPERFIELD.

las risas y alegres gritos de las señoras que llama- ban á Dora.

- Dónde estlá Dora?

Volvimos lo andado y suplicaron á Dora que cantase. El de las patillas quiso ir á buscar en el coche la guitarra, pero Dora le dijo que yo era el unico que sabia donde estaba. Mi rival quedó der- rotado completamente; traje pues la guitarra, sen- téme al lado de Dora, le tuve sus guantes y su pañuelo, me embriagué con los acentos de su amada voz, y ella por su parte, cantó para mi solo, por mas que los otros la aplaudieron á su sabor.

Tan feliz era, que temia que aquello fuese un sueño, y esperaba despertarme de repente en la calle de Buckingham y oir el ruido de las tazas tro- pezándose entre si al contacto de las manos de mistress Crupp. Sin embargo, Dora canlaba aun, y despues de ella, otras muchas señoritas lucieron su habilidad.

Miss Julia cantó una romanza sobre los Ecos dormidos en la grula de la Memoria... como si clla hubiera tenido cien años...

La noche se acereaba; tomamos el té sobre la yerba, un té de gitanos, y por mi parte era el mas afortunado de los mortales, cuando cada cual se fué por su lado, incluso el de las patillas.

Nosotros tomamos el camino de Norwood, a la puesta del sol, respirando los primeros perfumes de la noche. Mr. Spenlow solia dormitar cuando habia bebido Champaña... (; honor al terreno donde crece la viña, al sol que madura la uva, al racimo de donde se saca el vino, y al fabricante que lo compone!)

Mr. Spenlow dormia en su asiento, y yo trotaba á la portezuela y hablaba con Dora; admiraba mi caballo y le acariciaba con la mano. Ah! qué linda mano! Apenas se sostenia su chal sobre sus hombros ; asi, de vez en cuando se lo subia, y me imaginaba que Jip empezaba á comprender la verdad de la cosa, y creia prudente tratar de hacer las paces conmigo.

Pero la inteligente miss Julia hizo una buena accion; aquella amable criatura que habia renu- ciado al mundo, me dijo de pronto:

- Mr. Copperfield, llegaos un momento á esta portezuela, tengo que hablaros.

Dirigi mi rápido corcel y me incliné para oir lo que me queria decir:

- Dora, me dijo, va á venir á pasar algun tiem- po conmigo; pasado mañana partiremos, si que- r'eis ir á vernos, estoy cierta que sereis bien recibi- do por mi padre.

Lo que pude hacer de mejor, fué evocar al cielo en voz baja, toda clase de bendiciones sobre la ca- beza de miss Julia, y guardar piadosamente en mi memoria el nombre y el recuerdo de aquella mi protectora. Agradecile á miss Julia con todo el ar- dor de mi alma tan señalado favor.

- Podeis volver al lado de Dora, añadió miss Julia, con una dulzura inefable.

Volví allí y Dora sacó la cabeza fuera de la ven- lla para escuchar mejor; durante todo el ca- mino no cesamos de hablar. Llevaba á mi corcel tan cerca de la rueda, que debió rozarse una de las manos, y el alquilador pretendió que tenia una herida de tres libras esterlinas, cantidad que pa- gué, pues no la erci excesiva para tanta felicidad.

Entre tanto Julia contemplaba la luna, diciendo versos y soñando, supongo, eon el tiempo en que habia existido algo de comun entre ella y la tierra.

Norwood estaba demasiado cerca, y llegamos lo menos dos horas antes de lo que hubiera querido. Mr. Spenlow se habia despertado antes de bajar del coche, y me dijo:

- Entrad á descansar, Mr. Copperfield.

Consenti y tomé algunos sandwiches, y un vaso de vino con agua. No podia separarme de alli, donde Dora se avergonzaba de un modo tan en- cantador; pero los ronquidos de Mr. Spenlow des- pertaron mi cociencia y me ausenté; hasta llegar i Lóndres senti la dulce presion de la mano de Dora, y recordé mil veces los menores detalles de aquel dia; acostéme por fin, como el mas entu- siasmado y loco de los novicios, å quienes el amor ha dado al traste con su corazon.

A la mañana siguiente estaba restuelto á declarar mi pasion y saber mi porvenir; la única cuestion que veian mis ojos, era la de ser feliz ó desgra- ciado, y Dora era la única que podia responder á esto.

Pasé tres dias en una voluptuosidad de melaneo- lía, torturando mi ánimo con todas las suposicio- nes mas crucles; al tercer dia acudi á casa de miss Julia Mills, provisto de una declaracion.

Mr. Mills no estaba en casa, verdad es que lam- poco contaba hallarle, pero si á su hija, y esto era todo lo que me hacia falta.

Me introdujeron en una habitacion del piso prin-