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DAVID COPPERFIELD.

entrevista. Levantóse con dignidad para retirarse, pero Mr. Peggoly manifestó que podia permane- cer, y dirigiéndose hácia la puerta, dijo :

- No temais, señora, que siga siéndoos aqui importuno... No tengo nada mas que añadir... Sin esperanza habia venido y sin ella salgo. He hecho lo que creia conveniente, pero no espero nada bueno de una casa que tan funesta ha sido para mi y los mios.

Sin decir mas, nos marchamos, dejando á mis- tres Steerforth de pié al lado de su sillon, noble y bella estátua en su silencio.

Teniamos que atravesar un vestibulo empedra- do, que recibia la luz por un techo de cristales; á lo largo corrian las ramas de una parra cubierta de pámpanos; aquel vestibulo conducia al jardin. Rosa Dartle dió no sé qué rodeo, v salió al mismo tiempo que nosotros. Al pasar junto à su lado, me detuvo y dijo :

- Qué buena cosa habeis hecho, trayendo aqui á este hombre!

Habia en su fisonomia tal concentracion de ra- bia sombria y de desprecio, que jamás hubiera podido pensar que existiese un rostro mas á pro- pósito para expresar la ira.

- ¿Y sois vos quien debia anumciarlo y presen- tarlo? repitió.

- Miss Dartle, supongo que no sois bastante injusta para acusarme.

- Por qué habeis hecho que estalle la discor- dia entre esas dos criaturas insensatas? No sa- biais que ámbos son locos de orgullo y obstina- cion?

- Pero ¿cual es mi culpa?

- La de haber introducido aquí á ese hombre.

- Un hombre que ha recibido un ultraje suma- mente grave, miss Dartle; no lo ignorais.

- Bien sé que James Steerforth tiene un cora- zon corrompido, el corazon de un traidor! dijo miss Rosa llevándose la mano al corazon como para contener la explosion de una tempestad ; pero, i qué necesidad lenia de saber quién era ese hom- bre ó su vulgar sobrina?

- Miss Dartle! exclamé con enojo, agravais una ofensa que es de suyo bastante grande; me contentaré con añadir, al salir de aqui, que le in- feris una gran injuria.

- ¡Injuriarle yo! añadió; injuriar yo á esa gente. Quisiera que azolaran públicamente à esa muchacha.

Mr. Peggoly traspuso el umbral de la puerta sin decir una sola palabra.

- ; Vergüenza y escarnio, miss Dartle! exclamé indignado; cómo podeis pisotear una afliccion tan poco merecida?

- Les azotaria á todos, respondió; quisiera que no quedase ni rastro de la casa de ese hombre; que marcaran con un hierro ardiendo á csa mu- chacha, que la echasen á la calle cubierta de hara- pos para mendigar, ó que se muriera de hambre. Hé ahi mi codena si fuese juez; si supiera dónde hallarla iria alli y la llamaria infame.

La vehemencia de todas aquellas maldiciones solo podrá dar una débil idea de la cólera que tenia, y que se revelaba en el temblor de todo su cuerpo, asi como en el tono de su voz, por mas que hablase mas bajo que de costumbre.

He visto la cólera bajo diversas formas; pero nunca bajo una semejante.

Cuando alcancé á Mr. Peggoty, este bajaba pen- sativo la colina.

Me dijo que habiendo hecho en Lóndres todo cuanto se habia propuesto, aquella misma noche emprenderia su viaje.

- ¿Y á dónde vais à ir? le pregumté.

- En busca de mi sobrina, me respondió lacó- nicamente.

Nos dirigimos á la morada de Peggoty, á quien participé lo que me habia respondido Mr. Daniel3; ella me dijo que aquella era la única contestacion que habia podido obtener de él por la mañana; pero que suponia que tenia en su cabeza algun proyecto fijo.

No hubiera querido abandonarle en semejante circunstancia, y los tres comimos juntos.

Asi que concluimos permanecimos sentados al lado de la vemtana, sin hablar gran cosa.

Cuando llegó la hora, Mr. Peggoly se levantó y fué á buscar su saco de hule y su palo, que colocó encima de la mesa.

Aceptó de su hermana una corta cantidad i cuenta de su legado, á lo sumo lo que nccesitaba para vivir un mes, segun mis cálculos.

Prometió escribirme ó volver á verme asi que tuviese algo que comunicarme, se aló el saco á las espaldas, cogió su palo y se despidió de nosotros.

-i Que os bendiga el cielo, mi querida y buena hermana! añadió abrazando i Peggoly, iy á vos tambien, Mr. David! dijo estrechándome la mao; voy á buscarla lejos, muy lejos. Si volviese durante