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DAVID COPPERFIELD.

Volví solo de Blunderstone, pnes Mr. Daniel y su hermana me habian precedido, para esperar á loda la familia al lado del fuego, á la caida de la tarde.

Me habia separado de ellos en aquella verja en que, en mi infancia, varios Straps fantásticos se pararon en la mochila de Roderic Random. Antes de seguirles por la carretera, habia dado un rodeo hasta Lowesloft.

Desde ahi me dirigi á Yarmouth, haciendo una parada para comer, en una venta situada á una ó dos millas de la barca de que ya he hecho men- cion.

Así se pasó el dia, y ya era larde cuando vino á sorprenderme la lluvia. Doblé el paso, aprovechán- dome de la luz que proyectaba la luna en mi ca- mino, por en medio de las nubes.

No tardé en dlistinguir la casa de Mr. Daniel Peggoly y la luz que brillaba ä través de las ven- tanas. Atravesé un arenal, y llegando por fin, entré.

El bienestar reinaba en aquel modesto hogar. Mr. Daniel habia ya funmado su pipa, y reconoci los preparativos de la cena. El fuego ardia en el hogar; el asicnto donde solia ponerse otras veces Emilia, estaba en su puesto; tambien Peggoly- pero vestida de luto-se hallaba donde costumbre, y hasta mistress Gummidge refunfuñaba en su respectivo rincon.

- Sois el primero en acudir á la ciia, me dijo Mr. Daniel; si estais mojado, quitaos la levita.

- Gracias, Mr. Daniel, le respondi, dándole mi levita; está casi seca.

- Sentaos, Mr. David; inútil deciros que seais bien venido, pues ya sabeis que aqui se os quicre de todo corazon.

- Gracias, Mr. Daniel. Y vosotras, mistress Gummidge y Peggoty, como va?

- Ah! exclamó Mr. Daniel, anticipando su respucsta, no hay una mujer en el mundo que pueda consolarse como ella, pensando haber llena- do su deber con aquel que ya no existe. Se querian reciprocamente.

Al llegar aqui, mistress Gummidge lanzó un sus- piro lastimero.

- Vamos, valor, mistress Gummidge, bien veis que á cada uno le corresponde su parte de penas en este mundo.

- Si, si, sin dnda, respondió mistress Gummid- ge; pero la única que existe en el mundo ex-profe- so para vivir á costa de los demas, soy yo.

-;Qué es eso de vivir á costa de nadie! replicó Mr. Daniel con aire de reconvencion; ¿quć es lo que decis, cuado precisamente voy á necesitaros mas que nuca?

Y habiendo mirado la hora em su reló de Holan- da, Mr. Peggoly se levantó, despabiló la vela, y la colocó otra vez en la ventana.

- Mr. David, iquereis saber por qué coloco aqui esta luz? ¡ Pues es ni mas ni menos por Emi- lia! La senda por la noche es oscura como boca de lobo, y siempre que me hallo aqui antes que ella, pienso que dice al distinguir esta claridad: Aquella es la casa; alli está ya el tio», pues la chiquilla sabe que me ocupo de ella.

- Sois un padrazo! le dijo su hermana, que por su parte queria á Emilia tanto como él.

- Todo lo que querais, y aun mas, pues asegu- FO que no adivinais lo que me he propuesto hacer asi que Emilia abandone esta easa. Apenas entre por la noche, pondré la luz en la ventana ! Ilaré como si aun la esperase, para no pensar que vive lejos de mi, y diré mirando á la luz : «Emilia la vé desde lejos, y va á llegar... » ;Reios, hermana mia, de este padrazo!.. tambien puedo reir ale- gremente, pues gracias á Dios, aguí la tenemos ya!

No, no era ella; era Cham solo. Sin duda habia aumentado la lluvia despues de mi llegada, pues el jóven habia vuelto hácia abajo las alas de su sombrero.

- ¿Dónde está Emilia? preguntó Mr. Daniel.

Cham hizo un movimiento de cabeza para indi- car que se hallaha al otro lado de la puerla, pero Daniel Peggoty cogió la luz del poyo de la venta- na, la despabiló, la puso encima de la mesa, y em- pezó á atizar la lumbre, mientras que Cham, que se habia quedlado en el umbral de la puerta, me dijo :

- Mr. David, ¿quercis venir un momento para ver lo que Emilia y yo queremos enseñaros?

Le segui, y con espanto, noté entónces que esta- ba mas pálido que la muerte. Me arrastró viva- mente, cerrando la puerta tras nosotros dos solos.

- ¡Cham! qué ocurre?

- ¡Mr. David!...

Las lágrimas y los sollozos le impidieron seguir. Quedé aterrorizado al ver aquella explosion de su dolor : ;ni siquiera sé lo que pensé! solo podia mirarle.

- Cham! ;mi querido Cham! por amor de Dios, decidme lo que ocurre.