tener miedo de aquella mirada que hasta entonces me habia asustado. Por la noche nos sentamos alrededor del fuego, hablando alegremente los cua- tro como si hubiéramos sido unas criaturas.
Sea porque habiamos prolongado aquella con- versacion, sea porque Steerforth no queria perder su buen terreno, solo permanecimos cinco minutos en la habitacion donde habia lenido lugar, luego que Rosa se levantó para pasar á la sala.
- Toca el arpa, me dijo Steerforth aparte al lado de la puerta, y en eso se entretiene hace tres años, excepto cuando está sola con mi madre.
Esto me lo dijo sonriendo de eierto modo : in- mediatamente entramos en el salon, donde halla- mos, en efecto, á miss Rosa.
- No os incomodeis, mi querida Rosa, os lo suplico, le dijo Steerforth; pero tened la amabili- dad de cantarnos una balada irlandesa.
-¿Qué placer puede proporcionar una balada irlandesa ? respondió miss Dartle.
- Un gran placer, os lo juro, y á mi amigo Copperfield le gusta la música extremadamente. Cantadnos una balada irlandesa; quiero sentarme å vuestro lado y escucharos una vez mas.
Se sentó cerca del arpa, y miss Dartle recorrió sus dedos por las cuerdas, como si vacilase tocar; luego, haciendo de repente un gesto, cantó acom- pañándose.
No podré decir si era el aire ó la voz lo que pres- taba á aquella balada algo de sobrenatural. Jamás he oido una cosa tan extraordinaria, nada que se pareciese tanto á la improvisacion inspirada de la cantatriz, renunciando por momentos á expresar lo que experimentaba de otro modo que con las notas bajas de un murmullo articulado.
Cuando acabó, permaneci sumido en un delicio- so ensueño, del que sali para ser testigo de otra escena inesperada.
Steerforth se habia levantado de su silla; pasó uno de sus brazos alrededor del talle de miss Dart- le, y le dijo :
- Vamos, Rosa, en adelante nos querremos tiernamente.
Pero ella, rechazándole con el furor de un gato montés, le pegó y huyó de la sala.
- ¿Qué ha sucedido á Rosa? preguntó mistress Steerforth llegando.
- Madre mia, replicó Steerforth, ha sido un ángel durante algunos minutos, y de repente, por compensacion, se ha vuelto un demonio.
- James, deberiais tenėr cuidado en no irritar- la; se ha agriado su carácter, recordadlo, y es pre- ciso no burlarse de ella.
Rosa no pareció, y no volvió a hablarse de ella hasta el instante de entrar yo en el cuarto de Steer- forth á darle las buenas noches.
-Habeis visto alguna vez una criatura mas incomprensible? me preguntó.
Manifesté todo mi asombro.
- Dios sabe lo que tendria, prosiguió Steer- lorth; pero, os lo repito, es una hoja de dos filos, y es peligroso tocarla por cualquier parte... Bue- nas noches, mi querido Copperficld.
- Buenas noches, querido Steerforth... me iré mañana lemprano antes de que os levanteis; asi, pues, me despido de vos.
- Adios, querido, me respondió sonriéndose; si alguna cosa hiciese que un dia nos separásemos, juzgadme lo mas favorablemente posible; vamos, prometédmelo, si algun dia la suerte nos separa, me juzgareis eon los colores mas favorables.
- Steerforth, á mis ojos aparecercis siempre el mismo, y siempre ocupareis el mismo puesto en mi corazon.
Al mismo tiempo que hablaba asi, experimen- taba tal remordimiento de haberle injuriado lige- ramente en mi imaginacion, que iba á escapárseme la confesion de aquel pensamiento, pero me dolia vender la confianza de Inés, y no sabia cómo jus- tificarme sin hacerla traicion.
- Adios, amigo mio, repitió Steerforth.
Nos separamos dándonos un apreton de manos afectuosamente, y la confesion espiró en mis la- bios.
Al dia siguiente me desperté muy temprano, y habiéndome vestido sin ruido, me escurri en el cuarto de Steerforth : se hallaba profundamente dormido, con la cabeza apoyada en su brazo dere- cho y durmiendo con un verdadero sueño de cole- gial.
Acercábase el momento en que debia asombrar- me de aquel sueño tan tranquilo.
No le desperté, y me alejé de allí silenciosa- mente.
Me alejaba de vos, Steerforth... ah! ¡que Dios os lo perdone! para no volver á estrechar vuestra mano entre las mias de amigo... no, jamás ! ¡ja- más!