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DAVID COPPERFIELD.

Aquí una mirada me señaló á mistress Steerforth y otra penetró en los mas profundos repliegues de mi alma.

- Miss Dartle, respondi, no penscis que...

-¡Yo! no vayais á creer que pienso nada! no soy sospechosa; solamente hago una pregunta. No emito mi propia opinion : deseo fundar una opi- nion sobre lo que me respondeis.

- Ciertamente, le dije algo turbado, no es culpa mia si Steerforth ha permanccido ausente mas tiempo que de costumbre... si es que ha permane- cido, pues lo ignoraba, y aun yo mismo hace tiem- po que no le veia.

- ¿ En verdad?

- En verdad, miss Dartle.

A esta afirmacion vi que palidecia y la cicatriz de sus labios se puso amoratada : al mismo tiempo sus ojos fijaron en mi una ardiente mirada y me preguntó de nuevo :

- ¿Qué hace?

- ¿Que qué hace? exclamé yo sumamente sor- prendido.

- Si; ¿ en qué le ayuda ese hombre que siem- pre se me aparece con la mentira y el engaño in- crustados en su rostro? Si sois honrado y fiel no os pido que hagais traicion á vuestro amigo; lo único que os exijo es que me digais lo que le ar- rastra y absorbe tan completamente : ¿es la ven- ganza, el odio, el orgullo, la inquietud de ánimo, un capricho, el amor?

- Miss Dartle, repliqué, ¿por qué no quererme creer cuando os digo que no sé nada de nuevo acerca de Steerforth, que no tengo ninguna idea de lo que os preocupa y que apenas os comprendo?

Una especie de temblor, que me pareció ser do- loroso, se hizo notar en la cruel cicatriz de miss Dartle, y alzó el borde de su labio superior con una expresion de desprecio ó quizis de lastima : levantó vivamente la mano... una mano fina y delicada que al verla por la primera vez la com- paré con la porcelana.

Entonces me dijo con un acento de cólera y de despecho :

- Me jurais guardar el secreto de todo esto.

Y no volvió á dirigirme directamente ni una pa- labra mas.

Mistress Steerforth seguia siempre en compañiía de su hijo, que en aquella ocasion se mostraba sumamente lleno de atenciones hácia ella. Me agra- daba sobremanera verlos juntos, no solo á causa de su mútuo afecto, sino de su notable parecido y de la diferencia que la edad y el sexo hacian resal- tar entre la altaneria impetuosa del uno y la gra- ciosa dignidad de la otra.

Pensé mas de una vez en lo felices que debian ser por no haber estado nunca en desacuerdo séria- mente, pensamiento que me lo sugirió una con- versacion de miss Rosa durante la comida.

- ¡Oh! quisiera saber, dijo miss Dartle, que cualquiera me explicara una cosa en la que pienso todos los dias.

-¿Qué es ello, Rosa? preguntó mistress Steer- forth : os ruego que no andeis con misterios.

- Con misterios! exclamó ella; ah! ¿real- mente me hallais misteriosa?

- Pues qué, ¿no os suplico incesantemente que hableis lisa y llanamente? dijo mistress Steer- forth.

- Quiere decirse que no hablo naturalmemte? Hasta ahora habia creido lo contrario. Es preciso ser indulgente conmigo, pues nadie se conoce á si propio.

- Habeis hecho del misterio una segunda natu- raleza, añadió mistress Steerforth sin acritud; sin embargo, recuerdo y debeis rccordar que teniais otra manera de ser, Rosa : crais menos descon- fiada que ahora.

- Vaya, veo que teneis razon : asi es como se arraigan en nosotros las malas costumbres. ¿Con que era mas confiada? ¿Cómo habré cambiado tan imperceptiblemente? Esto es singular, y quiero volver á mi antiguo modo de ser.

- Lo deseo bien sinceramente, dijo mistress Steerforth sonriéndose.

- Oh! realmente trataré de hacerlo... imitaré la franqueza de... ¿de quién?.... veamos.... ¿de James?

Mistress Steerforth adivinó el sarcasmo que se ocultaba bajo el aire casi inocente de miss Dartle, y le replicó con viveza :

- Rosa, no podriais imitar ni aprender á ser franca con un maestro mejor.

- jOh! segura estoy, replicó con, animacion; ya sabeis que si hay alguna cosa de que esté segura es esa.

Mistress Steerforth pareció sentir haber sido un poco dura, y continuó con voz mas dulce :

- Pero Rosa, aun no nos habeis dicho lo que tanto deseabais saber.

- Ah! si, replicó Rosa con una indiferencia