Aquí una mirada me señaló á mistress Steerforth y otra penetró en los mas profundos repliegues de mi alma.
- Miss Dartle, respondi, no penscis que...
-¡Yo! no vayais á creer que pienso nada! no soy sospechosa; solamente hago una pregunta. No emito mi propia opinion : deseo fundar una opi- nion sobre lo que me respondeis.
- Ciertamente, le dije algo turbado, no es culpa mia si Steerforth ha permanccido ausente mas tiempo que de costumbre... si es que ha permane- cido, pues lo ignoraba, y aun yo mismo hace tiem- po que no le veia.
- ¿ En verdad?
- En verdad, miss Dartle.
A esta afirmacion vi que palidecia y la cicatriz de sus labios se puso amoratada : al mismo tiempo sus ojos fijaron en mi una ardiente mirada y me preguntó de nuevo :
- ¿Qué hace?
- ¿Que qué hace? exclamé yo sumamente sor- prendido.
- Si; ¿ en qué le ayuda ese hombre que siem- pre se me aparece con la mentira y el engaño in- crustados en su rostro? Si sois honrado y fiel no os pido que hagais traicion á vuestro amigo; lo único que os exijo es que me digais lo que le ar- rastra y absorbe tan completamente : ¿es la ven- ganza, el odio, el orgullo, la inquietud de ánimo, un capricho, el amor?
- Miss Dartle, repliqué, ¿por qué no quererme creer cuando os digo que no sé nada de nuevo acerca de Steerforth, que no tengo ninguna idea de lo que os preocupa y que apenas os comprendo?
Una especie de temblor, que me pareció ser do- loroso, se hizo notar en la cruel cicatriz de miss Dartle, y alzó el borde de su labio superior con una expresion de desprecio ó quizis de lastima : levantó vivamente la mano... una mano fina y delicada que al verla por la primera vez la com- paré con la porcelana.
Entonces me dijo con un acento de cólera y de despecho :
- Me jurais guardar el secreto de todo esto.
Y no volvió á dirigirme directamente ni una pa- labra mas.
Mistress Steerforth seguia siempre en compañiía de su hijo, que en aquella ocasion se mostraba sumamente lleno de atenciones hácia ella. Me agra- daba sobremanera verlos juntos, no solo á causa de su mútuo afecto, sino de su notable parecido y de la diferencia que la edad y el sexo hacian resal- tar entre la altaneria impetuosa del uno y la gra- ciosa dignidad de la otra.
Pensé mas de una vez en lo felices que debian ser por no haber estado nunca en desacuerdo séria- mente, pensamiento que me lo sugirió una con- versacion de miss Rosa durante la comida.
- ¡Oh! quisiera saber, dijo miss Dartle, que cualquiera me explicara una cosa en la que pienso todos los dias.
-¿Qué es ello, Rosa? preguntó mistress Steer- forth : os ruego que no andeis con misterios.
- Con misterios! exclamó ella; ah! ¿real- mente me hallais misteriosa?
- Pues qué, ¿no os suplico incesantemente que hableis lisa y llanamente? dijo mistress Steer- forth.
- Quiere decirse que no hablo naturalmemte? Hasta ahora habia creido lo contrario. Es preciso ser indulgente conmigo, pues nadie se conoce á si propio.
- Habeis hecho del misterio una segunda natu- raleza, añadió mistress Steerforth sin acritud; sin embargo, recuerdo y debeis rccordar que teniais otra manera de ser, Rosa : crais menos descon- fiada que ahora.
- Vaya, veo que teneis razon : asi es como se arraigan en nosotros las malas costumbres. ¿Con que era mas confiada? ¿Cómo habré cambiado tan imperceptiblemente? Esto es singular, y quiero volver á mi antiguo modo de ser.
- Lo deseo bien sinceramente, dijo mistress Steerforth sonriéndose.
- Oh! realmente trataré de hacerlo... imitaré la franqueza de... ¿de quién?.... veamos.... ¿de James?
Mistress Steerforth adivinó el sarcasmo que se ocultaba bajo el aire casi inocente de miss Dartle, y le replicó con viveza :
- Rosa, no podriais imitar ni aprender á ser franca con un maestro mejor.
- jOh! segura estoy, replicó con, animacion; ya sabeis que si hay alguna cosa de que esté segura es esa.
Mistress Steerforth pareció sentir haber sido un poco dura, y continuó con voz mas dulce :
- Pero Rosa, aun no nos habeis dicho lo que tanto deseabais saber.
- Ah! si, replicó Rosa con una indiferencia