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DAVID COPPERFIELD.

animalito no lo consintió y su ama le castigó. Me contrarió muchisimo verle administrar en el hocico ligeros golpes que le hacian guiñar los ojos; pero al mismo tiempo que lamia la mano que le casti- gaba, Jip seguia gruñendo con voz de contrabajo, hasta que por fin se calló y permaneció tranquilo... ¡Como no calmarse, al sentir que su ama apoyaba sobre su cabeza su linda barba !

En seguida nos dirigimos los tres à visitar un in- vernadero.

- ¿ Verdad que no sois intimo amigo de miss Murdstone? dijo Dora... Hijito mio!

¡Estas últimas palabras se dirigian al perro! ¡Ah! si hubieran sido por mi!

- No, respondi yo, absolutamente nada.

- Es una criatura sumamente enojosa, dijo Dora haciendo un gesto; no sé en qué pensaba papá cuando me escogió semejante compañera. ¿Quién tiene necesidad de una protectora? En cuanto á mi lo pasaria perfectamente sin ella. Jip es capaz de guardarme mucho mejor que miss Murdstone, verdad que si, querido Jip?...

Jip se contentó con guiñar el ojo con indolencia cuando besó su rizada cabeza.

- Papá la llama mi amiga confidente, pero cier- lamente que no lo es. Verdad, Jip? Ni Jip ni yo deseamos comunicar nuestros secretos á personas tan remilgadas. Diremos nuestros secretos á quien nos convenga, y escogeremos nuestros amigos, en vez de que los eseojan por nosotros; no es esto, Jip?

Jip por toda respuesta lanzó un ligero gruñido.

A cada palabra que pronunciaba Dora mi cora- zon se inflamaba.

- Es demasiado triste que porque tenemos la desgracia de vernos privadas de una tierna madre, se nos condene á que nos siga continuamente una vieja gruñona como miss Murdstone. Mas, no importa, Jip, no le confiaremos nada y seremos lo mas felices que podamos, aunque rabie; nos burlaremos de ella, la haremos rabiar; verdad, Jip?

A haber durado mas tiempo aquella encanta- dora charla, se me figura que hubiese caido de rodillas en una de las calles del jardin, á trueque de que me cchasen de aquella casa de campo, como á Adan del paraiso terrenal pero afortuna- damente el invernadero no estaba lejos y entramos en él.

Alli habia una espléndida coleccion de geranios; los inspeccionamos, y Dora se delenia frecuente- mente para admirarlos todos, lo mismo que yo, en tanto que, con una risa infantil, acercaba á las flores las narices de Jip para que oliera.

No sé si los tres nos hallábamos en el pais de las hadas; por mi parte puedo decir que me hallaba, y hasta hoy el olor de una hoja de geranio ha evo- cado á mis ojos aquella escena nmedio cómica, me- dio séria.

Veo una hada con los cabellos ensortijados bajo un sombrero de paja con lazos azules, llevando un perro negro e sus lindos brazos y obligándole á olfatear una coleccion de flores brillantes artística- mente colocadas en las escalinatas de un inverna- dero.

Miss Murdstone, que nos buseaba hacia tiempo, nos halló alli, y presentó su arrugada mejilla á los labios de Dora.

En seguida cogió del brazo á Dora y nos guió gravemente al comedor, lo mismo que si nos hu- biese conducido á un servicio funelre.

Dora sirvió el té, y no puedo decir á punto fijo las tazas que tomé de su mano. Lo cierto es que bebi tanto aquella mañana que hubiese sido bas- tante para ahogar mi sistema nervioso si lo hubiera tenido á mi edad.

Despues de almorzar nos dirigimos á la iglesia.

Miss Murdstone se hallaba sentada entre Dora y yo en el mismo banco; pero solo vi y oi å Dora durante el sermon y los salmos.

El domingo se pasó sin que ocurriera nada de extraordinario. Nuestra diversion se redujo á un paseo, y la velada la pasamos mirando albums y grabados. Miss Murdstone hacia de Argos vigilan- te. Ah! cuán lejos estaba Mr. Spenlow de pensar que le estrechaba en mis brazos, en imaginacion, como á mi futuro suegro, y que invocaba sobre su cabeza todas las bendiciones del cielo!

El lunes por la mañana regresamos á Lóndres juntos; se pleiteaba en el tribunal del almirantazgo un caso de salvamento que exigia un conocimiento exacto de toda la ciencia de la navegacion, y para suplir nuestra ignorancia, excusable en los lejistas del tribunal cclesiástico, el juez habia convocado dos miembros del tribunal de la Trinidad[1]. No podiamos faltar á la cita. Tuve, sin embargo, la felicidad suprema de almorzar con Dora, y de reci-

  1. Trinity-House, especie de consejo marítimo encargado del cuidado de los faros, etc.