Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/19

Esta página ha sido corregida

7
DAVID COPPERFIELD.

miradas.... Miro á mi madre, que hace como que no me ve, luego á un chiquillo que me hace una mueca; al otro lado del pórtico veo un carnero que parece querer entrar en la iglesia y me siento dispuesto á gritarle que se vaya, pero ¿qué seria de mí si tal hiciere? Contemplo el mausoleo de un rico hacendado de la parroquia, y al lado del monumento al doctor Chillip, sentado en un banco, reprochándose quizás el haber llegado demasiado tarde al último ataque de apoplegía de tan importante enfermo. Un poco mas lejos está el púlpito : ¡allí sí que podria jugarse bien! ¡qué gozo si yo me viera en aquella fortaleza y viniera uno de mis compañeros á ponerme sitio! ¡le tiraria el cojin de terciopelo del predicador! Insensiblemente, á fuerza de mirar, ciérranse mis ojos, y mis oidos no oyen á fuerza de hacer como que escucho al ministro que canta un salmo con voz desafinada de bajo profundo; me quedo dormido, me caigo del banco metiendo un estrépito infernal, y Peggoty me levanta del suelo mas muerto que vivo.

Ahora veo la fachada de nuestra casa y las ventanas rodeadas de un enrejado de madera; distingo el parterre, el cesped y los altos álamos con sus nidos de cornejas; atravieso el pasillo y la cocina; me reuno en la huerta con mi mamá, y mientras coge la fruta madura de la empalizada, robo á hurtadillas alguna que otra grosella... En el invierno jugamos en la sala mas pequeña : cuando mi madre se cansa se sienta en la butaca; algunas veces se dirige al espejo, ensortija en los dedos los rizos de su hermosa cabellera, se ajusta su esbelto talle, y bien sé que no la enfada el hallarse siempre bonita.

Añadiré á estas primeras impresiones el sentimiento de un verdadero ascendiente que Peggoty ejercia sobre mi madre y sobre mí : la consultábamos á propósito de todo, y hasta le teníamos cierto miedo.

Un dia Peggoty y yo nos hallábamos sentados los dos al lado de la lumbre, pues mi madre habia ido de visita á casa de una vecina. Leíale un capítulo sobre los cocodrilos, y un poco por falta del lector y otro poco por falta de inteligencia, seguro estoy de que Peggoty no podia decir á punto fijo si el cocodrilo era un animal ó una legumbre extraordinaria, cuando en esto se apoderó de mí el sueño, pero no queria acostarme por nada de este mundo. Traté de resistir al sueño mirando fijamente á Peggoty, cuyo talle tomaba cada vez á mis ojos mayores proporciones y se me presentaba como un verdadero gigante. Me froté los ojos, y apenas si podia abrir los párpados, no perdiendo de vista ni mi criada, ni el cabo de cera que el hilo llenaba de surcos, ni su cinta para medir, ni su cesta de costura en cuya tapa habia dibujada la caledral de San Pablo con su cúpula enearnada, ni el dedal de cobre que la resguardaba de las picaduras de la aguja; pero sentí que para no sucumbir necesitaba un nuevo esfuerzo, y dirigí bruscamente á Peggoty esta singular pregunta:

— Peggoty, habeis estado casada alguna vez?

— ¡Dios de mi vida! ¿Dime quién diablos te ha hablado de casamiento?

Peggoty se estremeció de tal modo, que yo me desperté del todo. Dejó de coser y me miró sin soltar la aguja de su mano.

— ¿Habeis estado casada alguna vez? repetí. Sois una guapa chica, ¿no es esto? A decir verdad, se me figuraba que era guapa, de una belleza diferente á la de mi madre, pero en su género no habia nada que pedir. Su encendido cútis me parecia tan brillante como el fondo de un taburete de terciopelo encarnado en que mi madre habia bordado unas flores; tal vez era un poco mas suave el tacto, pero esta era su única diferencia.

— ¡Con que soy hermosa! dijo Peggoty. ¡Oh! no, hijo mio. ¿Pero quién diablos te ha hablado de casamientos?

— No sé, repliqué; dime si se puede casar uno con varias personas á un mismo tiempo.

— No tal, respondió Peggoty sin vacilar.

— Pero cuando se ha muerto la persona con quien uno se ha casado, ¿puede el que sobrevive casarse otra vez?

— SE PUEDE si se quiere, replicó la jóven; eso depende de la opinion de cada uno.

— ¿Y cual es vuestra opinion ? añadí con tanta mayor curiosidad cuanto que ella me examinaba con gran atencion.

Peggoty dejó de fijar sus negros ojos en los mios, púsose á coser y exclamó despues de titubear un poco :

— Todo lo que puedo decir es que nunca he estado casada y que jamas me casaré. Esa es mi opinion.

— Veo que estais de mal humor, Peggoly, le dije y guardé silencio, creyendo en efecto que la habia contrariado; pero me engañaba, porque durante algunos minutos trató de trabajar y no con-