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DAVID COPPERFIELD.

que de mi prosa, hasta que por fin hallé estas sen- cillas lineas:

¡Oh! Inés, respondí, ¡sois mi ángel salvador!

« Mi querida Inés:

« Vuestra carta es como vuestra. ¿Qué podria decir de ella para alabarla mas? A las cuatro estaré á vuestro lado.

«Triste y afectuoso siempre vuestro,

T. C. »

No bien salió de mis manos esta carta, quise romperla y reemplazarla por otra, pero por fin, el mandadero se habia ido con mi respuesta.

Habia salido del despacho de mis jefes à las tres y media. Hubiera podido adelantar la cita de quin; ce minutos, y sin embargo la esfera del reló de San Andrés me hizo ver que me hallaba relardado cuando tiré del llamador de la casa de Mr. Water- brook... A medida que á ella me acercaba, el cora- zon desfallecia; y si llamé fué solo con el valor de la desesperacion.

Las oficinas de Mr. Walerbrook se hallaban en el piso bajo, y sus salas y demas habitaciones para recibir, en el primero. Se me introdujo en un lindo saloncito, donde estaba sentada Inés, haciendo un bolsillo de seda.

Su aire tranquilo y dulce me recordó hasta tal punto mis inocentes dias de Cantorbery, que senti doble los remordimientos de mi demencia es- túpida y grosera. No puedo negar que lloré; y no sẻ á la hora esta si aquello fué lo mas prudente ó mas ridiculo,

- Quizis me consolaria, dije volviendo la cabe- za á haberme visto otra persona que vos; ¡pero vos! Ah! ;mas valdria haber muerto!...

Ella apoyó un momento la mano sobre mi bra-