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DAVID COPPERFIELD.

á mí. En efecto, he hablado muy alto. ¿Qué he dicho? Lo ignoro. Las señoras que están en la de- lantera del palco se vuelven. Una de ellas... Oh! ¡cielos! es posible? ; Si, es ella, es Inés!

- Hoy veo mucho mejor que entonces, la expre- sion de su fisonomia, expresion de sentimiento y vergonzosa sorpresa.

- ¡Inés! le digo tartamudeando, ;Inés!

- ¡Chit! os suplico, me responde. Y como por su parte adivina que no comprendo el por qué, tam- bien me impone silencio.

- Turbais el espectáculo, añade Inés. ; Mirad!

Miro, dócil á csta órden; pero en vano; solo veo á Inés que se retira temblando á un rincon, y se lleva la mano á su frente.

- Inés, le digo entonces, ¿no os encontrais bien?

- ¡Chit! repite, no os cuideis de mi. Escuchad, ó... ¿Vais á quedaros mucho tiempo?

Y como prevée alguna respuesta estúpida, añade con aire serio:

- Trotwood, sé que hareis lo qque de vos exija... ¡Pues bien! por amor mio, salid y suplicad à vues- tros amigos que os acompañen...

Tenia razon. No podia negarme á esta súplica; experimentaba ya vagamente la vergiienza de mi mismo, y tartamudeando un adios, sali en el mis- mo momento del palco y luego del teatro, acom- pañado solamente de Steerforth que me ayudó á subir á mi cuarto.

Al mismo tiempo que me desnudaba para me- terme en la cama, le dije :

- Steerforth, era Inés, mi hermana!

Mi sueño fué agitado : tuve pesadillas horrorosas y me figuraba hallarme en una barca mecido por la tempestad.

A la mañana siguiente me desperté, y cómo!... tan secos estaban mis labios que no podia hablar; mi garganta me abrasaba, estaba ronco, mi lengua pastosa, por las palmas de las manos parecia dis- currir plomo derretido. Pero me será posible des- cribir mi agonia, mis remordimientos, mi confu- sion, la horrible duda de las inconveniencias que debia haber cometido, el recuerdo de la mirada dolorosa de Inés?... ¿Y cómo hallarla para pedirla mi perdon?... Estaba en Lóndres... ¿Cómo cono- cer su domicilio?

- ¡Oh! ¡aspecto odioso de mi alojamiento donde habia tenido lugar la orgia!...

¡Qué olor á tabaco! Qué espectáculo, al ver aquellos vasos sucios, aquellas botellas vacias! ¡Qué horrible dia pasé tumbado en mi lecho sin poder levantarme!

Llegó la noche. ¡Qué noche tan atroz pasé de- lante de mi solitario fuego! ;La imágen de mi pre- decesor hubiera podido aparecérseme ó su espectro para contarme su lúgubre historia y vaticinarme mi propio destino! Tentado estuve de partir repenti- namente á Douvres, á fin de declarar todo á mi lia, mi horrible conducta y mi arrepentimiento... ¡Inés! ; Inés! ; si solo supiera donde hallaros! Pero mistress Crupp era la única persona que me res- pondia, y tal necesidad tenia de alguien con quien confiarme, que estuve á punto de arrojarme sobre su casaquin de mahon y gritarle : ; Ah! ¡mistress Crupp, mistress Crupp! ;qué desgraciado soy!


FIN DE LA PRIMERA PARTE.