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DAVID COPPERFIELD.

gunté á Littimer, que esperaba de pié á que cchase á andar la diligencia.

- Probablemente no señor, me respondió.

- No puede aun decirlo positivamente, observó Steerforth con aire indiferente. Sabe lo que tiene que hacer y lo hará.

- De eso estoy seguro, repliqué.

Littimer se llevó la mano al sombrero en señal de agradecimiento por la buena opinion que tenia de él, y se me figura que quedé tamañito como un chico de ocho años. Al despedirse de nosotros, volvió á saludar del mismo modo, y le dejamos de pié en la acera, misterio tan digno de respeto como las pirámides de Egipto.

Durante algun tiempo no nos hablamos ni una palabra. Steerforth guardaba silencio contra su cos- tumbre, y yo me entregaba á mis sueños, pregun- tándome si volveria á ver los lugares de que aca- bábamos de separarnos y si los hallaria siempre lo mismo. Por último, Steerforth pasó de su mal hu- mor i su facundia de costumbre, cosa ficil en su carácter, y dandome en el hombro me dijo :

- David, os habeis quedado sordo? Qué diee esa carta de que me habeis hablado en el almuerzo?

- Es una caria de mi tia, dije sacándola del bolsillo.

- Y merece que se tome en consideracion su contenido?

Mi lia me recuerda, querido Steerforth, que he cmprendido este viaje para orientarme y refle- xionar un poco.

- Cosa que necesariamente habreis hecho.

- Por vida mia, que no lo sé... ó mejor dicfo, para hablar en verdad, temo haberlo olvidado.

- Pues bien, tratad de orientaros y recobrad cl liempo perdido, me dijo Steerforth. Mirad á vues- tra derecha, vereis un pais llano, con no pocas la- gunas; mirad á la izquierda, y tendreis lo mismo3; mirad hácia atrás, y sucederá como á los demas lados.

- Por vida mia, dije riendo, por mas que he mirado no he visto ninguna profesion... lo cual consiste sin duda en la llanura del pais.

- Y acerca de eso qué dice vuestra tia? me preguntó Steerforth echando una ojeada á la carta que tenia en la mano.

- Desea saber si no me gustaria ser un proelor. ¿ Qué decis de eso?

- No sé, replicó friamente Steerforth : lo mismo dá ser un proctor que cualquiera otra cosa.

- ¿Y qué es eso de proctor, Steerforth? le pre- gunté.

- Un proctor, me respondió miamigo, es una es- pecie de procurador[1] monástico. Existen en un esquinazo, cerea del cementerio de San Pablo, eiertos tribunales muy antiguos que se llaman Doctors' commons... Un proctor es en esos tribunales lo que los procuradores[2] en las audiencias y juzgados : un funeionario cuya existencia, segun el curso natural de las cosas deberia haberse acabado hace dos siglos ó mas. Para explicaros- mejor lo que es un proetor, os diré lo que es el tribunal de Doctors' commons, tribunal muy antiguo, donde se aplica lo que se llama ley eclesiástica, y donde se engaña a los que á él acuden, con las antiguas actas del Parlamento, de que no han oido hablar las tres cuartas partes de los nacidos, y la otra cuarta parte supone que han sido exhumadas en el estado fósil hajo el reino de los Eduardos. Es un tribunal que ejerce un antiguo monopolio sobre cualquier proceso que resulta de testamentos, con- tratos de casamiento, y contiendas entre buques grandes y pequeños.

- ¡Qué absurdo, Steerforth! exclamé. Preten- deriais sostener que existe la menor afinidad entre los negocios maritimos y los eclesiásticos?

- No trato de probar tal cosa, mi querido.ami- go, replicó Steerforth : lo único que desco es ense- ñaros que estos negocios, de tan diferente natura- leza, son arbitrados y juzgados por las mismas personas, en el tribunal ya citado. Entrad alli hoy y vereis á aquellas doctas personas aplicando á diestro y siniestro la mitad de los términos técnicos de la náutica, que contiene el Diccionario de Young, á propósito del buque Nancy que ha echa- do á pique al Sarah-Jane, ó á propósito de Mr. Peggoty y de los marineros de Yarmouth que han ido à llevar un cable y un áncora de salvacion al Nelson, buque de la Compañía de las Indias que ha corrido peligro. Id mañana y los vereis interrogar á los testigos en pró y en contra, relativamente á un eclesiástico que ha obrado mal; solo que, el juez del caso maritimo y el abogado del caso ecle- siástico habrán cambiado de papeles. Esos hombres son como los demas : hoy un hombre es juez y ma- ñana no lo es; hoy una cosa, mañana otra; cam- biando sin cesar, pero siempre bien pagados en ese

  1. Attorney.
  2. Sollicitors.