Me miró atentamente, y noté que sus manos temblaban como si quisieran juntarse.
- Lo digo porque quisiera dirigiros una ó dos preguntas respecto á una casa de ese pueblo..: ¿ Cómo le llaman?... Rookery; si, eso es, Roo- kery.
Peggoty dió un paso atrás, y su gesto de asom- bro parecia querer alejarme de su lado.
- ¡Peggoty! exclamé.
- ¡Hijo mio! respondió...
Y ambos, llorando á mas y mejor, nos arroja- mos en los brazos uno de otro.
No describiré las extravagancias de Peggoty, sus carcajadas, el orgullo de su alegria y la expresion simultánea de su dolor.
Echando una ojeada al pasado, exclamó:
- ¡Ah! ¡si aun viviese... qué orgullosa se pon- dria... y cómo le abrazaria!..
Queria hablar de mi pobre y santa madre.
No me turbé absolutamente nada ante el pensa- miento de dominar mis emociones, temiendo apa- recer un ehiquillo.
Jamás lloré tanto como aquel dia.
- Barkis tendrá muchisimo gusto en veros, dijo Peggoty secándose sus ojos con el delantal, y le aprovechará mas que cualquier emoliente que le ponga. ¿Quereis que vaya á decirle que estais aqui? ¿ Quereis sabir á su lado, hijo mio?
- ¡Que si quiero!...
Subimos; pero Peggoly, que me precedia, se volvió dos ó tres veces en la escalera para llorar y reir aun, apoyándose en mi hombro. En fin, entró en el cuarto de Barkis para preparar mi visita, y me presenté delante del inválido.
Me recibió con entusiasmo : demasiado atacado de reumatismo para cambiar conmigo un apreton